Si la contribución más visible de Juan Pablo II a la historia política fue la caída del comunismo, sin duda en colaboración con Reagan, su geoestrategia se distanció inmediatamente de la norteamericana, no sólo porque mantuvo su requisitoria contra el capitalismo salvaje, sino porque condenó la guerra contra Irak, puso en entredicho las premisas del nuevo orden defendido por George Bush y rechazó la lista negra de países elaborada por Washington. Su combate por la libertad religiosa y el respeto de los derechos humanos acabó por llevarle a Cuba (1998), desafiando el embargo decretado por EEUU.

Nunca aceptó bendecir una cruzada antiislámica, ni se dejó arrastrar por el "choque de civilizaciones". Predicó contra la explotación del Tercer Mundo, y denunció la xenofobia y la tiranía del dinero. No quiso ser visto como un lacayo de Occidente e intentó no perjudicar a las iglesias locales ni comprometer la evangelización.