TEtn referencia al perpetuo odio entre los españoles, Azorín se preguntaba en su libro En Huellas en la arena. El canibalismo español : "¿No se acabará el canibalismo español?". Y a continuación lanzaba otra pregunta retórica: "¿No llegará un momento en que en la amada España se dé una era de justicia y de serenidad?". Pues está difícil, amigo Azorín. Habría que recordarles a los optimistas ante el futuro de la raza humana que en Atapuerca, cuna del hombre europeo y por tanto del hombre español, hace, pongamos, 780.000 años ya aparecieron fósiles de lo que, dicen los paleontólogos, fue un banquete de canibalismo donde unos simpáticos homínidos se zamparon a otros. El hombre es un lobo para el hombre, cuando no una merienda. Pero con la modernidad las cosas han cambiado. Ahora es contraproducente arrancarle el hígado de un bocado a tu vecino porque al fin y al cabo es un cliente en potencia al que venderle un seguro o una lavadora. Además, la buena salud actual de la cocina española nos da un respiro: es lógico pensar que cuanto más sabrosos sean nuestros platos, menos tentaciones tendremos de comernos un brazo humano, que, supongo, acarrea digestiones más pesadas.

Puede que el canibalismo, en el sentido literal de la palabra, haya desaparecido de nuestras geografías; no así el odio y el rencor, que son alimentos fundamentales de nuestra dieta como lo fue el estofado humano en los tiempos cavernarios. Hacen bien esas mujeres que huyen espantadas ante piropos como "Estás para comerte". Inconscientemente saben que si bien el hombre de Atapuerca ha muerto, su espíritu sigue vivo. textamentosgmail.com