Me parece razonable la campaña Leer en Familia creada por la Consejería de Educación de Extremadura, cuyo objetivo es, recordémoslo, animar a que padres e hijos se reúnan cada día para leer durante media hora. Una buena idea no porque vaya a potenciar el hábito de lectura en los menores (legítimamente ocupados en sus asuntos, por lo general ajenos a la lectura), sino porque de segundas puede favorecer el hábito en los padres. Es posible que gracias a esos treinta minutos de lectura consensuada muchos honorables padres y madres de familia, tan afligidos porque sus hijos no leen, descubran para su sorpresa que el libro es, salvo excepciones, un objeto (no volador) fácilmente identificado: está lleno de palabras, no da calambrazos, funciona sin gasolina y se abre sin necesidad de llaves. Será un momento estelar para descubrir que Dostoievski no es una guapa tenista rusa, que Onetti no es una marca de máquinas de escribir o que la baronesa Karen Blixen no es una dama de la alta sociedad marbellí, sino que son, cada cual en su tiempo y a su manera, tres magníficos escritores tristemente arrinconados (como muchos otros) en las baldas de nuestras librerías sin más esperanza en sus estáticas vidas de papel que recibir la caricia del desaprensivo plumero.

Dice Eva María Pérez , la consejera de Educación, que están trabajando desde la base. Eso está muy bien, pero además habría que ser políticamente incorrecto y explicar alto y sin complejos que a veces la base es paradójicamente la cúpula, y que en temas de cultura una casa señorial que se precie de serlo es aquella cuya construcción se empieza por el tejado.