Un segundo. Lanzas un tuit y, de repente, todo puede cambiar. El 2017 ha sido un buen ejemplo de ello: un año de revolución para las mujeres.

El #metoo, incluso sus detractoras francesas, han contribuido a generar un clima de solidaridad internacional e intergeneracional, que ha favorecido la denuncia de discriminaciones y acosos. Actrices de renombre han puesto rostro al lado oscuro de una industria que a pesar de vender sueños, es cruel y competitiva, especialmente para las mujeres. Al otro lado del océano sus compañeras también han dado pasos en la misma dirección y la corriente se ha extendido a otros sectores, animando a mujeres de distintas profesiones a levantar la voz contra los abusos que padecen. Desde eurodiputadas que han pedido que cesen y se castiguen los acosos dentro de esta institución, y que califican como un «secreto a voces», hasta periodistas que han relatado como se pedían favores sexuales a cambio de publicaciones en prestigiosos diarios y revistas. Los escaños públicos y las aulas universitarias tampoco han quedado indemnes y el vendaval ha llegado hasta el mundo de la cooperación internacional. Ha irrumpido abriendo puertas y ventanas y desenmascarando una realidad execrable, como la que sucedía en OxfamIntermón.

Pero cada cruz tiene su cara, y las críticas llegaron de diferentes formas. Hay personas que han expresado su preocupación por que se criminalicen conductas anodinas y que un mensaje en las redes pueda acabar con la carrera del más ilustre sin darle la posibilidad de defenderse. El debate está servido y hasta cierto punto es sano. Precisamente de las diferencias y la diversidad, surgen iniciativas inclusivas y respetuosas que mejoran las posiciones partidistas, a pesar de que las mujeres no inventaron las ‘fakenews’, ni son responsables de lo que sucede en internet. Este fenómeno necesita su propio análisis y discusión.

Lo realmente significativo es que se ha demostrado que conectadas y organizadas, focalizando objetivos comunes, hemos sido capaces de llegar muy lejos y conseguir logros importantísimos. Se nos ha empezado a tomar en serio, sobre todo en clave electoral y esta oportunidad hay que aprovecharla y exigir. Reclamar cambios reales y políticas activas con resultados evaluables, ya basta de tanta palabrería y promesas vacías. Y quién no cumpla, que pague las consecuencias. Además, se debe contar siempre con la participación de asociaciones y colectivos que son los que tocan tierra y comen calle. La huelga de hoy puede ser otra demostración de fuerza, podemos parar el mundo si nos lo proponemos. Y si se suman hombres, se pondrá un broche de oro.

En mi opinión, estamos ante un cambio social y en su momento habrá que evaluar los resultados. ¿Moda o tendencia? Crucemos los dedos. Lo que muchas tenemos claro es que a los grandes avances les suceden retrocesos y me preocupa que la crítica fácil y la desinformación, pongan en peligro esta fuerza que generaron nuestras abuelas y nuestras madres, y que ahora recogen hijas y nietas.

La utilización oportunista del feminismo como estrategia para enriquecerse, ya sea obteniendo votos, audiencia o dinero, da pie a quedarse en lo superficial y a que esta España nuestra, tan graciosa y divertida, invente memes y chistes a nuestra costa. Es despreciable y nos hace un flaco favor. Así es que revelémonos ante esto, prioricemos y no demos a la sociedad ni una mínima excusa para despistarse: 943 mujeres asesinadas desde que se empezaron a recoger datos en 2003, una violación cada ocho horas, una brecha salarial del 30%, un paro juvenil femenino que asusta, solo un 16% de mujeres en puestos de alta dirección, y cientos de redes de prostitución y otros abusos. Esa es la verdad del cuento, que nadie se desvíe.