La infanta Cristina e Iñaki Urdangarín tenían previsto acudir el próximo sábado a la boda del príncipe Lorenzo de Bélgica y su prometida, Claire Coombs, pero han decidido no desplazarse a Bruselas por entender que la situación internacional no está para fiestas. Una boda real siempre ha sido una celebración de ensueño, pero en estos días hay demasiadas pesadillas.

Los duques de Palma habían sido elegidos para representar a la familia real española en el feliz acontecimiento, que se verá ensombrecido no sólo por la ausencia de la pareja, sino porque la propia casa real belga intenta reducir los fastos. De hecho, los invitados a la boda se han limitado al ámbito familiar.

Las fiestas reales siempre son agradecidas, pero, en según qué circunstancias, no suelen ser bien recibidas e, incluso, corren el peligro de ser mal interpretadas. La boda belga, sin embargo, tiene algún detalle digno de mención: el banquete real, elaborado por las diferentes escuelas de restauración de Bélgica, será tipo bufet, de modo que los comensales deberán servirse a sí mismos y llevarse la comida a la mesa.

El príncipe Lorenzo de Bélgica, siguiendo los pasos de su hermano mayor, Felipe, se casa maduro. Tiene 39 años, y su novia, diez años menos, 29. Hombre más que discreto, menos por su orondo aspecto, el hijo menor de Alberto y Paola es un decidido ecologista. A Lorenzo se le conoce en su país como el príncipe de las manos verdes. Se dedica profesionalmente a la gestión sostenible de recursos naturales y a la promoción de tecnologías limpias. Su futura esposa también ejerce uno de los nuevos oficios: geometría inmobiliaria.