TEtres muy blanda, dicen. Si yo tuviera tu columna, hablaría de esto y aquello, y criticaría lo de más allá. Tanta ironía, tanta ironía. Hay que decir las cosas como son. Para eso están las cartas al director, recomiendo. No son lo mismo, insisten. Deberías dar más caña y dejarte de educación, de literatura y de trasteros. Mira, te voy a contar una cosa que puedes denunciar...Y, mientras escucho, porque lo hacen con la mejor intención y tampoco es plan de ser maleducada, empiezo a pensar que quien me pide dar más caña, es mi mejor crítico. El día que me felicite, sabré que he escrito una mala columna. Así de simple. Vivimos en un mundo en que quien más grita es el que tiene razón, porque no se trata de oponerse por principios, sino por sistema. Todo es blanco o negro. Hay que dar caña al bando contrario sin tregua y sin perdón. Que hacen algo bien, se silencia, y si fracasan, se machaca, que la leña del árbol caído es la que más arde. Y, lo más importante, todos tenemos derecho a tener una opinión sobre lo que sea, educación, fútbol o leyes de mercado. Y por supuesto, debemos publicarla, a voces, si es posible. Porque en democracia somos todos iguales, desde el sabio al ignorante más absoluto. Pero no es así. Yo sé que no es así. Todos tenemos derecho a opinar, pero no a que nuestra opinión sea igual que la de un experto. Lo democrático, por más que se empeñen en lo contrario, no es poder criticar alegremente, sino hacerlo con respeto. Por eso, cada vez que me cuentan algo para dar caña, escucho educada. No sacaré tema para una columna, pero sí para un cuento sobre la crispación y la intolerancia.