Leo en este periódico que la Audiencia Provincial de Cáceres ha condenado a un hombre a un año de prisión por agredir a otro hombre en un bar. En un principio la medida me pareció excesiva: al fin y al cabo nos hemos educado viendo westerns en los que aprendimos que un bar es un sitio tan bueno como cualquier otro para partirle la cara al prójimo. Ahora bien, cuando me enteré de que había dos dientes rotos de por medio- Caray, eso cambia las cosas, porque un diente es un diente. Y entiéndase lo subrayado por la cursiva: parece ser que un diente nunca deja de serlo. Conservo un recorte del Diario de Sevilla con un titular de lo más llamativo: "Un diente sitúa en Atapuerca al homínido más antiguo de Europa". Resulta que Arsuaga y los suyos han encontrado en el citado yacimiento, concretamente en la Sima del Elefante, una pieza dental de un individuo de entre 20 y 25 años, nacido hace 1.200.000 años. Del individuo en cuestión nada sabemos, ni siquiera si era hombre o mujer. Pero del diente, que es lo significativo, sí que tenemos datos: se trata de un segundo premolar inferior, está limpio y algo gastado.

Este descubrimiento en Atapuerca viene a confirmar que el ser humano, al margen de su grado de evolución, siempre intenta dejar a las generaciones venideras algún rastro de su paso por el mundo, quizá porque intuye que morir sin regalar algo a la Humanidad es poco menos que morir por partida doble. Unos levantan inmensas pirámides o la Torre Eiffel y otros inventan la penicilina o el sudoku. Los que no somos tan ingeniosos tendremos que conformarnos con dejar para la posteridad algún mísero diente.