TEtn Extremadura, decir madre es decir gazpacho. Mi madre hace el gazpacho verde de poleo, pimiento, huevo, aceite, sal, pan y agua. Mi suegra lo prepara de tomate y a veces hace uno de hígado que a mí me deja frío, pero emociona a mi mujer. Si está usted leyendo esta columna en el café o en el trabajo, puede hacer la prueba del gazpacho y descubrirá que madre y gazpacho no hay más que uno. Como dice el chef César Ráez, la creatividad gastronómica del pueblo extremeño se demuestra al conseguir, a partir del poleo, la sopa fría más refrescante que uno pueda imaginar.

Pero resulta que también en esto del gazpacho perdemos autoestima y orgullo. Estamos arrinconando nuestros gazpachos para ponernos tontos con el salmorejo. Al restaurante de nouvelle cuisine más sofisticado de la capital y al salón de bodas del pueblo más humilde ha llegado ya la vergüenza del gazpacho. En bodas, bautizos, banquetes y comuniones ya no dan gazpacho, sino salmorejo con guarnición, esencia de salmorejo, salmorejo desestructurado, crujiente de salmorejo y salmorejo en sorbete. A la hora de la verdad, ni es salmorejo ni la madre que lo trajo, sino el gazpacho de tomate que aprendió mi suegra a hacer en Aldea del Cano hace medio siglo y que ya hacía su madre y la madre de su madre. Si seguimos así, el queso de los Ibores acabará siendo goat´s cheese y la patatera, andouillette de pomme de terre y por ahí sí que no paso. Así que por favor, déjense de cursilerías vergonzantes y no me toquen más el gazpacho.

*Periodista