TEtn vísperas de la concesión del Premio Planeta, le preguntaron a José Manuel Lara si creía que ese año habría otro escándalo, como había ocurrido en la edición anterior. Su respuesta fue "Ojalá". Según el famoso editor, fundador de Planeta, los premios literarios no subsistirían si no hubiera ruido alrededor de ellos. Es ese ruido el que hace que numerosas personas conozcan tantos datos sobre el Premio Planeta aunque no sean lectores (de esos libros en particular o de cualquier otro en general).

Con la política sucede lo mismo. El ruido --y nada más que el ruido-- es lo que favorece que haya tanta gente dispuesta a escuchar, comentar y debatir con vehemencia la información política, por banal que pudiera parecer a simple vista. Pero ¿acaso hay algo banal en política hoy día? Yo diría que no. Tanto los políticos como los medios de comunicación nos venden como apasionantes los entresijos de la que considero la segunda profesión más aburrida que pueda imaginar (la primera sería la de sexador de pollos). Estoy convencido de que no es la política en estado puro lo que interesa al ciudadano medio sino los escándalos derivados de su ejercicio, y que lo atractivo no es la política en sí sino el politiqueo, es decir: el morbo. A veces imagino con malicia a nuestros afligidos mandatarios devanándose los sesos no para tratar de mejorar las condiciones de vida de la ciudadanía sino para planificar nuevos escándalos con que entretenernos. Si esto fuera cierto, estaríamos votando a los partidos políticos no por su potencial como gestores de los fondos públicos sino por su capacidad para generar esos escándalos.