TLta ciencia está de luto. Alex , un loro africano con una inteligencia que ha conseguido maravillar durante tres década a los científicos de medio mundo, ha aparecido muerto esta semana en el laboratorio de la Universidad de Brandeis, en Massachusetts. De momento, los tabloides ingleses no han lanzado ediciones vespertinas con teorías sobre su fallecimiento, así que, lamentablemente, tendremos que esperar a los resultados oficiales de la autopsia para conocer la causa de su deceso.

Es curioso. Lo que más me ha llamado la atención de todo esto es que los científicos hagan experimentos con animales que hablan. Es decir, imagino que se deben tener más remordimientos que haciéndolos con otros que no sueltan prenda --caso, por ejemplo, de los topillos de los campos de Castilla--. Que yo imagino al difunto Alex mirando cada mañana a los investigadores y repitiendo, como un loro que era, "panda cabrones, ¿qué me vais a hacer hoy?".

Alex no era un loro de laboratorio como los demás. Vivía en su jaula, sí, pero podía diferenciar objetos, formas y colores. Sabía contar y expresaba deseos y frustración cuando las pruebas científicas eran repetitivas. Corregía a los demás loros cuando hablaban mal y, según los investigadores, su desarrollo era similar al de un niño de dos años e intelectualmente tenía el cerebro de uno de cinco. En definitiva, estaba más preparado que muchos de los que escriben teorías en los tabloides ingleses.

En casos como el de la pequeña Madeleine la prensa también es un laboratorio. Científicos que escriben experimentos y loros que los sufren y los repiten.