La mejor definición de lo que es el toreo la dió el gran Pepe Luis Vázquez: «Un arte para corservar en el corazón de un espectador sensible». Y el Sócrates de San Bernardo, que nos dejó hace cuatro años, bien hubiera corroborado su afirmación si ayer hubiera paladeado la faena de Ginés Marín a Sinvaina, un bravo sardo, de mucha clase y que permitió al diestro mostrar un toreo de cante grande, con todos los atributos de lo mejor que encierra este arte que no tiene parangón: cabeza, destreza, pureza, sentimiento y belleza. Todo lo tuvo una faena que será recordada y que, tras su anterior triunfo en San Isidro, ha colocado al diestro oliventino en la cima del toreo.

Por lo demás la tarde estuvo llena de cosas buenas. Se juntó un buen encierro de Núñez del Cuvillo, un toreo de capote sublime a cargo de Morante, pero también de sus compañeros de terna, detalles del de La Puebla con la muleta con el peor lote, lo asentado y puro que se mostró Cayetano, aunque le costó estar ante el bravo segundo, y otra faena muy seria de Ginés al sexto. Sólo la espada impidió a nuestro paisano un triunfo que fue grande pero que hubiera sido de clamor.

Sinvaina fue un animal un punto basto de hechuras y brutote en el capote, que desarmó a Ginés y arrastraba los cuartos traseros. Protestado, apretaba a tablas en el segundo tercio.

Precioso resultó el comienzo de faena, a media altura, llevándo al animal hacia delante para sacárselo hacia el tercio. Gran serie con la diestra en redondo, muletazos largos. Sitio y galope del animal, gran tanda, templada, profunda, haciendo gala Ginés de una naturalidad paradigmática, sorpresivo el molinete y precioso el cambio de mano. Faena que subió de nivel cuando Marín cambió de mano para torear al natural, tanda enorme, y otra inmensa. Colocación y entrega, pureza, temple grande, faenón, en una palabra.

Bello final a dos manos, toro encogido y pinchazo. Una pena, otra entrada y otro pinchazo, y otro, hasta que el torero cobró la estocada. Una de las faenas más grandes que se han visto en Madrid en los últimos años, malograda con la espada, pero que ha dejado una profunda huella en un público acostumbrado a paladear el toreo de cante grande.

También tuvo importancia la faena de Ginés Marín al sexto por las complicaciones que presentó el toro y por cómo resolvió los problemas. Era un animal de embestida rebrincada, muy difícil por tanto de templar, y se quiso pronto rajar, lo que logró el torero que no sucediera al sujetarlo entre las dos rayas.

Qué bonito fue el comienzo de faena, como hizo Paco Camino en la Beneficencia de 1970, alternando el pase de la firma con la trincheras y andando al astado hacia los medios para rematar con el pase de pecho. Después el temple y el remate del muletazo hicieron lo demás, bien colocado el diestro, consintiendo al burel, para cuajar muletazos largos, profundos los de pecho, de pitón a rabo. Tarde muy importante la de Ginés Marín.

Otro suceso destacado fue la lidia que dieron varios subalternos, especialmente José Antonio Carretero, Iván García y Joselito Rus, al primero el subalterno de Morante, al segundo el madrileño y al quinto el banderillero de Cayetano.

Ante ese toro que abrió la corrida, que cobró en demasía en el caballo y perdió fuelle en la muleta, lo más reseñable fue el comienzo de faena por alto de Morante de la Puebla, con un precioso pase de la firma y muletazos en redondo. Con mucha naturalidad y despaciosidad. Fue una faena de detalles.

El recital del sevillano con el capote llegó ante el cuarto. Fueron cinco las verónicas, soberbias, a compás, manos bajas, embraguetado, un espectáculo. Pero en la muleta el manso salía con la cara alta y fue deslucido.

Muy dispuesto Cayetano toda la tarde en la que dio cuenta de su toreo de pureza y clasicismo, explicando la importancia que encierra el cite frontal.

Tuvo un segundo muy bravo, un punto fiero y pegajoso, ante el que no era fácil estar. Le daba sitio y se le arrancaba de lejos el animal, todo un espectáculo. Después repetía y se quería comer la muleta. Valiente Cayetano ante aquel caudal de raza. Faena a menos aunque con buenos pasajes.

Lanceó al quinto a la verónica rodilla en tierra, honrando a su abuelo, el gran Antonio Ordóñez. Inició su faena de hinojos, desafiante. Pronto en redondo, al toro le costaba el cuarto muletazo. Faena de entrega, con buenos pasajes porque daba todas las ventajas al astado, concluyó con un toreo a dos manos de mucho sabor.