El argentino Marco Denevi es uno de mis cuentistas preferidos. Aunque poco conocido en España, su estilo culto, luminoso, irónico y nada ampuloso lo ha consagrado como uno de los grandes maestros de la narrativa breve. Acabo de releer Falsificaciones , una recopilación de relatos y microrrelatos con un denominador común: el afán por reescribir la historia desde propuestas literarias. Lo que hace Denevi es desdibujar con malévolo placer los perfiles de personajes harto conocidos, unos por históricos (Isabel I de Inglaterra, Juana la loca ) y otros por literarios (Menelao, Helena de Troya, don Quijote, Dulcinea del Toboso). En ocasiones me he preguntado por la naturaleza de las falsificaciones históricas más allá de lo literario. Doy por hecho que para saber reconocer un Goya falso tendríamos que saber reconocer previamente un Goya verdadero. La polémica generada en su día por el cuadro Gigantes , unas veces adjudicado a Goya y otras a alguno de sus discípulos, demuestra que separar el trigo de la paja no es un asunto sencillo.

¿Es la Historia tal como nos la contaron? ¿Por qué los propios historiadores, llevados en muchas ocasiones de sus tendencias políticas, se contradicen entre sí y nos ofrecen versiones contrapuestas? Ni siquiera hace falta regresar a tiempos remotos. Hoy día, cuando entran en juego intereses humanos, cuesta encontrar dos fuentes que coincidan en explicarnos un suceso desde el mismo punto de vista. Da que pensar.

Sigo convencido de que la Historia, por apasionante que sea, ofrece datos poco fiables de lo que sucedió realmente: las fuentes nunca han sido ajenas al factor humano.