Misas, bodas, bautizos, comuniones, funerales... El latín tiene desde hoy el camino expedito para ser usado sin tantas burocracias como hasta ahora en los ritos católicos. Es la consecuencia del documento motu proprio que Benedicto XVI hizo público el pasado 7 de julio y que retoma el rito tridentino tras 40 años de ausencia en los altares. Recupera así el Papa la que ha sido lengua de la Iglesia desde el siglo III (antes lo fueron el arameo, el hebreo y el griego), pero, sobre todo, trata de estrechar lazos con los disidentes lefebristas y de agradar a los sectores más tradicionalistas del catolicismo.

Es, con todo, un retorno discreto, sin bombo y sin platillo. En Italia, la única misa prevista para hoy en ese formato la celebrará el cardenal colombiano Dario Castrillón en el santuario de la Virgen de Loreto, lejos de Roma. En Madrid, el cura hispanoargentino Raúl Olazábal oficiará una celebración en latín en una céntrica iglesia de la capital.

El latín nunca ha dejado de ser la lengua oficial del Vaticano, de modo que misas en esa lengua siempre las ha habido, pero con cuentagotas, ya que los trámites burocráticos que tenían que superar los feligreses para celebrar una ceremonia a la tridentina eran pesados y no siempre con final feliz. Ahora basta el acuerdo entre un cura y su parroquia para celebrar la misa en latín. ¿Tan sencillo? No. La decisión del Papa está lejos de haber sido recibida con júbilo.

Según fuentes vaticanas, la misa en idiomas vernáculos seguirá siendo "la manera habitual" de celebrarla, mientras que el rito latino se usará como "ocasión extraordinaria". No obstante, una de las objecciones que destacan los detractores de la misa en latín es que la mayoría de los sacerdotes no hablan esa lengua de forma fluida. Esta consideración es rechazada por Francisco Bendala, presidente de la Asociación Española Deo Gratias, impulsora de la misa tradicional.