Fabricar organismos transgénicos (OGM) en el garaje de casa ya es una realidad. El 24 de marzo, Alemania prohibió la importación de un kit que permite modificar el ADN de una bacteria (‘Escherichia coli’) para hacerla resistente a un antibiótico, la estreptomicina. En el resto del mundo, la caja se puede adquirir en internet por 150 dólares.

Teóricamente, se trata de un experimento de ciencia recreativa, con el objetivo de divulgar y democratizar la biología, y sin ningún peligro. La cepa contenida en el kit no es infecciosa. Sin embargo, la autoridades bávaras detectaron que alguna de las cajas estaban contaminadas con bacterias que pueden producir diarrea o neumonía: ‘Klebsiella pneumoniae’, ‘Enterobacter spp’. y ‘Enterococcus faecalis’. El hallazgo disparó las alarmas. Quizá las bacterias patógenas se podrían mezclar con las innocuas y adquirir resistencia a los antibióticos. Los usuarios podrían infectarse. O podrían tirar los restos del experimento por el fregadero.

Este escenario apocalíptico ha sido excluido por el Centro Europeo para el Control de las Enfermedades (ECDC), en un informe que publicó el 3 de mayo. Sencillas medidas, como usar guantes de látex, son suficiente para proteger a los usuarios. Tampoco sería relevante la contribución de este producto, destinado a un público de pocos apasionados, al grave problema de la resistencia a los antibióticos. No obstante, el episodio demuestra que modificar ADN ya no es algo exclusivo de laboratorios de vanguardia. Eso es posible gracias a una técnica que promete revolucionar la biología. El sistema, llamado CRISPR y descubierto en el 2012, es una herramienta para cortar y pegar ADN de una manera mucho más rápida, precisa y barata que los métodos actuales.

El sistema se podría aplicar para reemplazar un gen defectuoso con uno funcional. Actualmente se usa, por ejemplo, para producir ratas con ciertos genes modificados, y averiguar si esos genes causan el cáncer. Antes del CRISPR se tardaban años para conseguir una de esas ratas, mientras que ahora son meses o semanas.

«Repartir a cualquiera cepas de ‘E.coli’ resistentes a antibióticos no me parece una buena idea», comenta Lluís Montoliu, investigador del Centro Nacional de Biotecnología, en Madrid, y uno de los abanderados del CRISPR en España. «Me parece un kit peligroso por su aplicación a las bacterias: no estoy en contra de la socialización de la biología, pero se podía optar por otra aplicación que no fuera la resistencia», afirma Gemma Marfany, profesora de genética. Las bacterias que han contaminado las cajas están presentes naturalmente en pequeñas cantidades el intestino y en el ambiente («pueden haber entrado en las cajas si no se han confeccionado en condiciones de aislamiento», aventura Marfany).

«Probablemente, el sistema CRISPR contenido en la caja no podría convertir esas bacterias en resistentes. Se trata de un sistema dirigido a un gen concreto de un organismo concreto», explica Marfany. El riesgo es más sutil. «Las bacterias tienen sexo, en cierto sentido: se están intercambiando constantemente información genética y pueden pasarse la resistencia entre ellas», explica Marfany. La cercanía de las bacterias innocuas resistentes con las patógenas podría facilitarlo. «Los antibióticos del kit no son los que te darían en un laboratorio, pero hay algunos antibióticos muy parecidos», añade.

Montoliu añade otro matiz. «Para trabajar con organismos modificados genéticamente de riesgo 1 o 2 hay que notificarlo a la Comisión Nacional de Bioseguridad y en todo caso disponer de una instalación registrada. Creo que en España trabajar con este kit sería ilegal», concluye.