A corridas como la de ayer nos apuntábamos, pues de seis toros, cinco embistieron con boyantía y clase. Cabe algún matiz, pero la corrida fue de nota para el ganadero. Y falta le hacía por el batacazo que el hierro matriz --el de Juan Pedro Domecq Solís-- se dio en Sevilla y el jueves pasado en este ruedo. También por la mala tarde que ofrecieron los toros de Parladé en la Real Maestranza. Pero ayer se desquitó el hijo, del mismo nombre que el padre.

Con animales de tan buena condición, sólo estuvo Miguel Angel Perera, sabiendo lo que hacía y haciéndolo bien, importante por momentos, artista a veces, siempre haciendo gala de ese concepto tan puro del toreo, con una técnica que es de lo mejor que ahora hay en el mundo del toro. Pudo cortar el diestro extremeño las dos orejas del tercer toro, si no hubiera sido porque lo pinchó, siempre, hay que decirlo, en todo lo alto. Fue una faena de mucho contenido, casi toda llevada a cabo por el pitón derecho, el bueno. Asentado siempre y con el compás abierto, Perera adelantaba la muleta y se traía al buen toro de Parladé. Lo llevaba largo por abajo y le dejaba el engaño puesto, con lo que venía la ligazón, y con ella la intensidad.

Al natural

Así fue desgranando varias series en redondo de espléndido remate, para bajar un puntito la faena cuando toreó al natural, por donde el toro tenía menos recorrido. Volvió con la diestra y se pasó en corto al toro. La gente estuvo con él y le obligó a saludar.

El sexto fue un castaño de pastueña embestida. Inició la faena desde los medios con pases cambiados por la espalda. Primero con la diestra y después al natural, Perera dio un curso de buen torear, llevando al toro con suavidad extrema en tandas muy ligadas, gustándose y toreando a placer. Paseó un trofeo pedido de forma clamorosa.

Finito de Córdoba explicó su conformismo. Tuvo el único animal malo (el cuarto), pero antes sorteó un gran toro (el primero). Le llevó bien por abajo pero aquello no levantó el vuelo. Fue porque se lo pasaba muy lejos, sin ajuste. Pulcritud la suya, pero muy poca entrega. Y Rivera Ordóñez está para pocos trotes. El suyo fue un lote completísimo, con un segundo bravo, y un quinto, que fue un precioso sardo, por el que había que apostar. Y Rivera no apostó por ninguno, siempre desconfiado, toreando para fuera. Entre toro y torero cabía lo que ustedes quieran: ¿un autobús tal vez?