TCtarlos Martínez Shaw escribe en el penúltimo número de La aventura de la historia que "María Antonieta fue una reina corriente que tuvo la suerte de morir en la guillotina y así pasar a la historia". Como frase lapidaria --nunca mejor dicho-- no está nada mal. Porque, si hay que morir, qué diablos, la guillotina es un método tan digno como otro cualquiera, y más en los tiempos convulsos de la Revolución Francesa. (Aunque a otros nos atraiga más el harakiri. Cuestión de gustos).

Pero ¿estaría la reina de Versalles de acuerdo con las palabras del citado catedrático de Historia Moderna? Lo dudo. Malicio que ella, como la mujer corriente que era, hubiera preferido dejar su rubia cabellera en manos de su peluquero antes que en las del guillotinador, ese rufián anónimo que, poco hábil con las tijeras y el secador, prefiere cortar por lo sano.

Cierto que María Antonieta, casquivana, inculta, alérgica a la lectura y torpe para aprender idiomas, no daba el perfil ideal para concursar en Pasapalabra, pero ¿qué culpa tenía ella de no ser la reencarnación de Sócrates ? ¿Merecía morir solo porque sus aficiones preferidas (la danza, la equitación, la música y la caridad) exigen mayores dosis de espíritu que de inteligencia?

Supongo que para Martínez Shaw pasar a la historia es un regalo divino, y no da importancia al hecho de que para lograrlo sea preciso ir dejando en los cadalsos de los siglos un brazo, una pierna o, como en este caso, la cabeza. Desde luego, yo sigo prefiriendo personajes históricos con mayores hazañas en su currículum que habitar un cuerpo que termina en los hombros. textamentosgmail.com