Tres días hace que el fuego arrasó el bosque y los olivares de la pedanía de Schinoi, al oeste de la península del Peloponeso. Pero en ambos márgenes del pedregoso camino que lleva a la cima de la colina, aún es posible toparse con pequeños troncos en llamas o humeantes, rescoldos del incendio del pasado fin de semana.

Al volante de un anticuado Toyota, Sadarmis Jarabalnos enfila ladera arriba y solo alcanza a sentir "dolor" al contemplar a un lado y a otro los esqueletos de madera ennegrecidos en que se han convertido sus 450 olivares, repartidos en dos terrenos de 20.000 metros cuadrados y soporte de una producción anual de dos a tres toneladas de aceite. Es un paisaje silencioso y sobrecogedor. "Esto es Hiroshima", exclama, mientras recorre con el dedo índice un horizonte de pinos y abetos quemados.

"El 90% de mis olivares se han quemado", constata Sadarmis. Los troncos de sus árboles contaban con decenios, algunos con casi medio siglo de existencia, que producían una variedad de aceituna denominada koroneika, del tamaño y forma de una uña, especie típica del Peloponeso y de Creta. Ahora transcurrirán entre cinco y diez años para que las colinas de la pedanía de Schinoi produzcan aceitunas, eso sí, con olivares replantados.

"Todo esto podía haberse evitado si hubieran enviado el coche de bomberos que nos habían prometido", proclama.

Aquella noche, Sadarmes decidió no quedarse de brazos cruzados, sino armarse con una simple toalla húmeda para cubrirse la cara y protegerse del humo y el calor, y regresar al pueblo del que había sido evacuado momentos antes por la policía a trompicones y en medio de una gran confusión.

"Vi que se podía salvar Schinoi y llamé a algunos jóvenes que vinieron para contener el fuego", explica. Nueve personas, seis griegos y tres residentes albaneses, acudieron a la llamada. Recuerda en especial el peligro que representaban las piñas ardiendo, que salían despedidas de los árboles, volando, para aterrizar en los tejados de las casas y extender las llamas al interior del pueblo. Al arrojarles agua con pequeñas botellas de plástico, lograron salvar muchos hogares. Ya nada volverá a ser como antes en Schinoi. Es muy posible que dentro de un lustro, cuando los olivares replantados comiencen a dar frutos de nuevo, una parte importante de los aldeanos haya emprendido la ruta de la emigración.