Si una cosa ha demostrado la última edición de los Oscar es que Armani ha muerto. O, peor aún, se ha quedado de proveedor del clásico esmoquin al que resulta difícil atribuir autoría. Pobre Giorgio Armani, Hollywood le dio la gloria y, ahora, le ha dado la espalda. Las actrices que adoraban sus trajes alegando que podían ser elegantes sin ir disfrazadas prefieren ahora el efecto impacto, aunque tengan que luchar con tirantes que no paran quietos, escotes que no se sujetan o faldas que se abren hasta las carnes.

Pero son los tiempos de la cultura fashion, y con un vestido de fiesta de Giorgo Armani no llamas la atención a menos que seas un chico.

Giorgio Armani llegó al mundo del cine de la mano de Richard Gere y, más concretamente, de su personaje en American gigoló, que protagonizó aquella sublime escena en la que colocaba encima de la cama las camisas, los pantalones y las americanas, y las conjuntaba con las correspondientes corbatas. Actrices como Jodie Foster, Annette Bening, Emma Thompson, Glen Close, Diane Keaton y Michelle Pfeiffer adoptaron el estilo Armani inmediatamente, pero también ellas han sido apartadas de la primera línea del frente de la moda cinematográfica.

Como se ha visto en la última gala de los Oscar, mantienen posiciones Chanel y Valentino para las que no quieren riesgos, y Versace para las amantes de las curvas, incluso las del esplendoroso embarazo de Catherine Zeta-Jones. Sube Tom Ford, tanto en sus diseños para Gucci como para Yves Saint Laurent, y Carolina Herrera gana posiciones en perjuicio de Donna Karan. Qué habrá hecho Armani para ser apartado del paraíso.