A quienes siempre se están quejando de lo mal que funciona la Justicia habría que recordarles que los ciudadanos tampoco ayudamos demasiado. Las denuncias insólitas que conocemos por la prensa exhalan un aire de ficción que raya lo esperpéntico, tanto que a veces me parece estar releyendo un cuento de mi admirado Isaac Bashevis Singer , en concreto alguno de los que recopiló en su obra En el tribunal de mi padre , donde el autor polaco narra los casos, a menudo ridículos, que su progenitor, un rabino piadoso, tenía que juzgar en el Bet Din de un shtetl judío.

Pero es sabido que la realidad supera la ficción, o al menos lo intenta. Estos días nos hemos enterado de que el conductor de un automóvil, tres años después de un accidente que le costó la vida a un adolescente, ha demandado al padre de este por los desperfectos que sufrió el vehículo.

Justo cuando me disponía a escribir un artículo sobre el tema me entero --una vez más por la prensa-- de que una joven universitaria que mantenía una relación con un hombre casado acudió al juzgado para denunciar que tres individuos la habían violado brutalmente. Todo era mentira. No existían esos individuos ni hubo tal violación. Con esta farsa la chica aspiraba a recibir más atención de su adúltero amante.

Puede que la Justicia no funcione tan bien como quisiéramos, pero tampoco funciona tan mal como se lamentan algunos. Prueba de ello es que la ley se ha vuelto en contra de los demandantes antes citados, que tendrán que responder ante los tribunales.

La avaricia del primero y la insensatez de la segunda han propiciado dos ejemplos palmarios de justicia- poética.