"El día en que me di cuenta que mentían, supe que no quería profundizar más. No me interesa el Papa". Rafael Amargo achaca el hastío que le provoca ahora cualquier "religión o secta" a haber pasado la infancia en una escuela del Opus Dei, en Granada. "Lo viví en mi sangre, por eso digo que no creo en la iglesia --afirma--. La mejor religión es llegar a quererse a uno mismo". De las clases de religión en las que se decía aquello de la letra con la sangre entra --sacaba aprobado porque había que pasar de curso-- recuerda poco. Le marcó, eso sí, su primer viaje al Vaticano, donde el oro y el boato le parecían una incongruencia con ese "ayudar al prójimo" del que tanto se llenaban la boca sus maestros.

Precisamente, es "la mentira" lo que más critica de la Iglesia: "No se puede predicar con la palabra si hay mentiras y mucha perversión oculta. Como en todas partes hay gente vocacional y otra que no lo es. Estos últimos se mienten a ellos mismos. ¿Y la espiritualidad? "El mar y la Biblia".