Lo bueno de la edad es que te quita capacidad de lectura pero a la vez te hace más selectivo. O sea, ya no aguantas horas delante de un libro, pero disfrutas todos los segundos que te permiten tus ojos. Hasta que llega ese momento, uno puede cometer errores de principiante, por ejemplo, creer que hay libros imprescindibles, los que todo el mundo ha leído, o al menos, los que todos los que presumen de algo han dicho haberse leído. Me ha pasado con algunos autores de culto. Lo he intentado pero he sido incapaz de disfrutar con lo que estaba leyendo, y me ha costado reconocer que para mí la lectura es placer y no esnobismo, que no pasa nada por dejar un libro a medias, que tampoco pasa por no habérselo leído, y que la lectura no entiende de modas y sí de gustos. No soy tan profunda como el que dice que la lectura solo ha de nutrir. No, leer también es evadirse, y hay un libro para cada ocasión. No es lo mismo leer rodeada de gente en una piscina que estando a solas en tu casa. Nadie se muere por acercarse a un bestseller ni pierde neuronas en el intento. Hay que conocer de todo un poco, hasta de lo malo, pero sobre todo, hay que acercarse a los clásicos. No por academicismo, simplemente porque se aprende en las fuentes y no en la desembocadura. Un clásico ha pasado la criba de los siglos, ha encantado a lectores de todas las épocas y te muestra cómo estaba ya desfasado hace años lo que tú crees experimento. No hay libros imprescindibles. Uno puede vivir sin leer a Quevedo , pero si uno quiere escribir, mejor mirar hacia atrás que buscar algún autor supuestamente innovador para presumir de culto sin serlo.