THtablo sólo de oídas, pero tengo entendido que nadie obliga a nadie a presentarse a cargo político. Cada candidato es un vanidoso convencido de que la historia y la naturaleza lo ha señalado a él para solucionar los problemas ajenos. Por eso la política es un deporte solo aptos para optimistas. Es más fácil que un camello entre por el ojo de una comisaría que un pesimista en el ojo del huracán político. Y es que un pesimista es ese tipo que cuando le dan a elegir entre dos males, acaba siempre eligiendo los dos. En democracia eso no está permitido: tienes que decantarte por un solo mal cada cuatro años. El pesimismo es cosa de los otros; la munición que arroja la competencia, que son unos cabrones y tiran a dar. Una de estas balas se la arrojaron en París los de la OCDE al señor ministro de Economía, don Pedro Solbes , en forma de estimación económica. Estimaron nuestro crecimiento económico en un 1,6%. Se nota que nos tienen en poca estima. "Excesivamente pesimistas" llamó el ministro a las previsiones ajenas. Nuestro ministro, a ojo de buen cubero, no la estima en menos de un 2%. Santa Lucía le conserve el optimismo. Algunos no lo ven tan claro. Son los de siempre, los que miran nuestro porvenir bajo la luz de la duda. Contra ellos la respuesta del Gobierno no se ha hecho esperar: que espabilen, porque a partir de julio tendrán que mirarlo bajo la luz de un quinqué, puesto que el recibo de la luz saldrá entre el 5% y el 6% más caro. En opinión de Chesterton , el optimista cree en los demás en la misma medida que el pesimista sólo cree en sí mismo. Pues bien, cuando yo era más joven, escuché decir que en este país cualquiera podía llegar a lo más alto en política, y ahora estoy comenzando a creerlo. Para que luego digan que soy pesimista.