Un crío muerto a palos dos semanas atrás, otro en estado crítico ayer, numerosas denuncias de maltrato y algo más que la sospecha de que en el floreciente sector abundan los facinerosos. El problema de la adicción de los jóvenes chinos a internet era sabido; ahora se añade el de las clínicas privadas que los tratan.

La acumulación de casos descarta la casualidad. Deng Senshan, de 15 años, murió diez horas después de que sus padres lo dejaran en una clínica de la sureña provincia de Guangxi. Las fotos mostraban su cuerpo amoratado y la cabeza ensangrentada. La policía cerró el centro y detuvo al director y 12 trabajadores, acusados de apalearle por no ser capaz de correr 5.000 metros. Sus padres lo habían ingresado después de que su vida social se extinguiera tras la compra de un ordenador. En el contrato se estipulaba el castigo, pero sin que produjera lesiones.

Pu Liang, de 14 años, está grave con agua en los pulmones e insuficiencia renal. Los padres pagaron por el ingreso más de 500 euros, una fortuna en China, tras conocer que Pu dejaba el colegio por los videojuegos. "El castigo físico es una herramienta eficaz para educar a los chavales, siempre que sea controlado", ha declarado Wu Jongjing, responsable de la clínica.