Hace poco más de tres años, Marisa Medina escribía en un folio: "He sido y soy ludópata y cocainómana. Me duelo, me escuezo. No encuentro palabras para dominarme". La rubia melena de la televisión en blanco y negro no salía de casa sin una baraja de naipes y algún gramo de cocaína en el bolso. En el coche llevaba blusas, bragas y un frasco de colonia, porque las timbas de póquer la mantenían enganchada a la mesa "hasta que los huesos aguantaban". Y podían aguantarle varios días.

Luego volvía a casa dando bandazos, con más ojeras que ojos y sin blanca. Se le amontonaron las deudas y el banco le acabó hipotecando el dúplex. "No quiero ni recordar los millones de pesetas que perdí", dice ella.

Sus tres hijas la mandaron en 1999 a un centro de desintoxicación de Asturias, en el que ella asegura que dejó aparcado todo su rosario de adicciones. Allí llegó un buen día "alucinada, con ojos de loca y la mandíbula desencajada". Y allí también, en compañía de mujeres alcohólicas, anoréxicas, bulímicas, yonquis, ludópatas y cocainómanas, empezó a escribir el diario que ahora publica bajo el explícito título de Marisa Medina. Canalla de mis noches. Confesiones de una mujer adicta al juego y a las drogas. "Más que un striptease, es como una terapia de psicoanálisis", asegura.

"ALICATADA" EN TVE

La cosa se fue al carajo, cuenta Marisa Medina, cuando su marido, Alfonso Santisteban, le dio el salto con una amiga y envió al garete el matrimonio, las amistades, las fiestas y el chalet conyugal. Pero puede que todo empezara a torcerse mucho antes. Cuando la presentadora fetiche de TVE quedó "alicatada", según sus palabras, en los estudios de continuidad de la cadena. "Me convertí en una funcionaria vaga. No me dejaban hacer nada. Todo era muy frustrante". Y así fue hasta que se acogió a una regulación de empleo.

Por aquel entonces, su vida hacía tiempo que parecía atrapada en una de esas canciones de épica barriobajera de Joaquín Sabina. "Acudía a los garitos escondidos de la ciudad, donde además de jugadores se congregaban bohemios, pícaros, delincuentes, solitarios, alcohólicos, buscadores de compañía, gentes alegres, tristes, extrañas e intransferibles, increíbles pobladores de la noche". Una de esos pobladores fue el propio Sabina, con quien estuvo 48 horas sin apenas levantarse de una mesa hablando y metiéndose "rayas sin parar a las que él invitaba". "Hoy los dos andamos en el mismo punto de reciclaje", se ríe.

Ahora que sólo juega al mus y de vez en cuando se toma una copa, sólo se permite una excentricidad: tener alguna fantasía sexual con Santiago Segura.