TMtis tías de Asturias son como las grullas: llegan a Extremadura con la fresca. En cuanto octubre se pone brumoso tras los Picos de Europa, cogen el Alsa y se plantan en las dehesas. Claro está que las grullas anuncian su llegada con sonoros trompeteos mientras que mis tías avisan con la risa. Para ser más precisos, mis tías de Asturias se mean de risa y quizás sea esa alegría incontenida la particularidad que mejor las define. ¡Pero atención!, cuando digo que mis tías se mean de risa hay que atenerse a la literalidad de la expresión. Porque uno se puede morir de la risa, partirse de risa o incluso troncharse por culpa de las carcajadas, cuando en realidad, ni fenece ni se rompe ni se quiebra. Sin embargo, en el caso de mis tías, los efectos de la risa no son metafóricos, sino fulminantes: ellas, cuando se carcajean, impepinablemente se van, se pierden, se licúan.

Se habla mucho del poder terapéutico de la risa y se dice que alarga la vida, pero nadie ha investigado nunca su poder diurético... Nadie salvo mis tías asturianas, que son capaces de disertar hora y media sobre incontinencias, próstatas, cistitis y vejigas caídas para acabar concluyendo que todos los males del pis se remedian con la risa. Los políticos extremeños del PP y los socialistas de Plasencia, tan aquejados estos días de astringencias úricas y retenciones varias, deberían asistir a unas clases magistrales de mis tías asturianas. Ellas no tienen esos problemas y si por un casual llegan, bastan dos gracias, tres chistes, cuatro carcajadas y dejan las crispaciones en la bacinilla.