Los medios de comunicación, conscientes de la naturaleza tribal del ser humano, ávido de pertenecer a algún colectivo al precio que sea, airean todas las semanas al menos una docena de noticias que sirven como excusa para que podamos seguir practicando el deporte rey en esta sociedad, que no es el fútbol sino otro más visceral: el de meter un dedo en el ojo ajeno. Las declaraciones conservadoras de la Reina Sofía sobre temas como el aborto, la eutanasia o el matrimonio homosexual, recogidas --al parecer a traición-- por Pilar Urbano en su último libro, han sido magnificadas para deleite de los colectivos más aguerridos: progresistas y conservadores. Todos sabíamos que la Reina es conservadora al igual que sabíamos que blanco es el caballo blanco de Santiago, pero una cosa es saberlo y otra, aceptarlo.

La divulgación masiva de las palabras de la Reina ha sido una buena excusa para que volvamos a marcar posiciones en el redil. Es hora de sacar pecho y defender nuestro territorio. Si no queremos pasarnos toda la vida pidiendo perdón por ejercer el librepensamiento --pecado en desuso hoy día--, estamos obligados a ser abiertamente monárquicos o republicanos, de derecha o de izquierda, seguidores del Real Madrid o del Barça, del PP o del PSOE, de la COPE o de la SER, de Rajoy --cuando Jiménez Losantos lo permite-- o de Zapatero . El caso no es ser , sino ser de . Lo primero, sin preposición, nos parece poca cosa. En fin, hay que ser de los Montescos o de los Capuletos.

Aprendimos de Shakespeare que, al igual que Romeo y Julieta, estamos condenados a morir de pasión y de cicuta, pero que nos quiten lo bailao .