Un torturado y su verdugo dialogan en una espiral de violencia en La hora del barquero (El Acantilado), la novela con la que el extremeño Víctor Chamorro (Monroy, 1940) obtuvo el premio Café Gijón 2002. En un país innominado, un hombre afín a una organización terrorista es detenido y sometido a interrogatorio. Tras soportar crueles sesiones de tortura intenta recuperar el equilibrio ayudado por un médico. Con esta novela, pensada y escrita en los años 80 y reescrita a lo largo dos décadas, Chamorro se asoma a sus propias obsesiones y las vuelca en una historia plenamente actual. El libro se presenta hoy en el Aula de Cultura de Caja de Extremadura, a las 20.00 horas, con la presencia del consejero de Cultura Francisco Muñoz.

Ha escrito una novela antirrealista.

--El realismo es una mala fotocopia de la realidad. A la realidad se le coloca un espejo, convexo, deformante, en el camino, y sale una realidad poliédrica, no plana. Uno lo que busca es la cara oculta de la realidad.

¿Qué realidad conoció para recrear el mundo de la tortura?

--El punto de arranque de la novela fue una perturbación mía: necesitaba una catarsis.

Evoca el mundo de las dictaduras hispanoamericanas.

--Los sucesos de los desaparecidos de Chile y Argentina me retrotrajeron al franquismo, en el que yo nací. No fue un tiempo bueno para mí, que escribí contracorriente. La atmósfera del libro la he sacado de mis miedos, de mis fantasmas de aquel tiempo. Esa obsesión un día revienta y vas configurando ese universo... Yo he pasado miedo, con esas obsesiones, con mis enfrentamientos..., estuve en la cárcel tres meses: por pensar libremente. Entonces he mezclado lo racional con lo irracional, el sueño con la pesadilla, el consciente con el inconsciente. Es una novela que empecé hace 30 años y como ninguna editorial quiso publicarla la fui rehaciendo, de manera que en este tiempo he cambiado muchas cosas, pero queda la idea de la tortura. La lectura de El proceso de Kafka influyó mucho.

Habla de la mística del torturador.

--Es el engranaje de una maquinaria tiránica. Un buen profesional programado para el orden, para acabar con el comunismo y que acaba teniendo afecto por el torturado. En él se produce un factor de inversión del síndrome de Estocolmo ante una persona capaz de ganarle por la fuerza de su libertad interior, la que nadie puede quitarle a uno.

El torturado tiene vínculos terroristas.

--La novela tiene actualidad por eso, porque a través de mis personajes disecciono los terrorismos del mundo. La madre de los terroristas es el mercado fundamentalista, que camina por unas autopistas electrónicas y excluye a miles de personas, a países enteros que estrangula con la deuda externa. Frente a este terrorismo surge otro fundamentalista, de carácter religioso, que promete paraísos a quienes se les ha quitado todo. Cualquier terrorismo produce un terrorismo más destilado. Pero el terror no se cura con el terror.

¿Cómo ha conocido la resistencia de un cuerpo frente a la tortura?

--Unas cosas las he imaginado y otras las he consultado. Pero me he visto paseando imaginándome que era torturado y pensando qué respuestas iba a dar en una nueva sesión de tortura.

Su literatura se apoya en un lenguaje riguroso.

--Si se pretende que una novela tenga ideas, muchos escritores de hoy realizan un esfuerzo por no encontrar la palabra exacta. Así, se pretende que haya productos que no alarmen al lector, que les distraigan y les haga pasar el rato. Yo he hecho todo lo contrario y para ello he empleado una prosa pulcra buscando la palabra exacta.

¿Cuál es su posición ante la guerra contra Irak?

--Es una guerra imperialista y repugnante. Estados Unidos, Inglaterra y España van a provocar un acto de terrorismo frente a un pueblo, frente a 22 millones de iraquíes que no tienen la culpa de haber nacido en una zona desértica bajo la cual se almacenan gigantescas bolsas de petróleo.