TFtui el sábado a Mérida a ver la ópera Norma y los primeros compases espanta ban: prohibía una voz en off los flashes fotográficos al tiempo que las gradas se iluminaban con resplandores ineducados; sonaba la obertura y aparecía una carroza con dos caballos y ningún sentido, una de esas concesiones para entretener al público que más bien parecen dar a entender que el público es tonto y se entretiene con cualquier cosa; daba la orquesta la entrada a un recitativo y se colaba un fagot extemporáneo; aparecía el coro y aquello sonaba a jaula de grillos con dos figurantes que movían los puños con mucho aspaviento, pero no cantaban. En fin, me temí lo peor, pero me equivoqué.

La carroza ya no volvió a salir, sí lo hizo un caballo muy brioso que fue muy aplaudido (en fin, concesiones veraniegas). El director musical Míkel Ortega puso orden en la sinfónica, el coro se acompasó poco a poco y hasta el tenor, Rubens Pellizari, que en su primera intervención había estado francamente romo, se fue creciendo. Aunque quienes salvaron la ópera fueron la soprano Elisabete Matos como Norma, estupenda con algún pero en la vocalización, y María Rodríguez en el papel de Adalgisa, que en los programas de mano se presentaba como soprano, pero que a mí me pareció más bien una magnífica mezzo dramática. Y la salvaron a lo grande, con dúos, arias, ariosos y cantabiles que emocionaron a un público que interrumpió la representación en varias ocasiones con sus aplausos y ovacionó durante varios minutos al final.