THtace años que contemplo desde fuera lo que se trasluce de la vida interna de los partidos políticos. No es mi tema favorito pero, cada cierto tiempo y por motivos profesionales, debo acercarme a sus congresos, asambleas, elaboración de listas y a las consabidas peleas entre ellos. Son necesarios, son la base de la democracia y los ciudadanos votamos a sus candidatos para que formen gobiernos, pero muchas veces he reflexionado sobre los partidos que sustentan el sistema que nos hemos dado porque, en más de una ocasión, hacen gala de una inconcebible falta de democracia interna con aparatos asfixiantes que ahogan la contestación. El objetivo final de un partido político es conseguir los votos que les permitan gobernar y organizar su parcela del mundo de acuerdo con una determinada manera de entender la sociedad. Es así y así, afortunadamente, nos hemos organizado pero no acaban de gustarme las tripas, la forma que tienen de relacionarse internamente. No suele ocurrir nada cuando están en el poder, cuando han ganado, pero ruedan cabezas cuando se inicia la travesía de la vida en la oposición y, para que contar, cuando esta travesía se prolonga. Es el caso de los populares en Extremadura que llevan demasiado tiempo caminando, perdidos por el desierto. Tienen sed y no saben qué hacer para encontrar el camino que les lleve al oasis del gobierno regional. Ese legítimo deseo insatisfecho les hace dividirse en banderías, uniéndose cada uno a quien consideran puede ser el más efectivo o a quien piensan que, una vez conseguido el objetivo, puede darles una jarra haciéndoles partícipes del agua vivificadora.

Reflexiones en el tránsito hacia un nuevo congreso del Partido Popular.