No había oído hablar de la playa de Carchuna hasta que ha sido noticia por ser el lugar donde, agricultores de Motril, han tirado toneladas de pepinos. No me gusta esta hortaliza, pero a mucha gente le gusta y, sobre todo y a lo que voy, es un alimento por el que millones de personas en el mundo darían media vida. Media vida por poder sobrevivir un día más, por poder calmar los mordiscos del hambre. No pretendo hacer demagogia ni adoctrinar. Comprendo la impotencia de los agricultores y ganaderos que cultivan y crían, se esfuerzan y trabajan, para no sacar nada porque otros, las grandes distribuidoras, se quedan con los beneficios. Lo único es expresar el audible chirrido que me recorre el cuerpo cuando veo una playa llena de pepinos, fruta tirada, arroz aventado o leche saliendo de los sistemas de riego, empapando campos gallegos, en protesta por los precios.

Lo único que pretendo es decirles a los que justamente reivindican, que en vez de tirar alimentos busquen otra forma de protesta, algo que realmente haga daño en el bolsillo de los intermediarios, de los especuladores de ayer y de hoy para que no se conviertan en los especuladores de siempre. Alguna otra idea para ponerles freno y que no me haga gritar por dentro. Lo único que pretendo es que ideen otros sistemas para que su voz y su justa protesta llegue a quienes tienen en sus manos las competencias legislativas y pueden tirar de las riendas de todos los que se enriquecen con el trabajo ajeno.

Busquen fórmulas, manden la leche en cisterna a los campos de refugiados; los pepinos en containers a cualquiera de los países más pobres, hagan colectas para financiar los envíos; no sé, lo que sea, pero no siembren las playas ni rieguen los campos.

Por cierto, hay un mercado nuevo para la hortaliza, el de los piji-pubs que ofrecen la ginebra de pepino.