La ostentosa tiara, la triple corona repleta de piedras preciosas que los papas exhibían en la ceremonia de investidura antes de que el Concilio Vaticano II las redujera a piezas de museo, se había resistido a ser desalojada del escudo de los pontífices hasta que, en el 2005, Benedicto XVI decidió prescindir de ella y sustituirla por una mitra, el tocado de los gerifaltes eclesiásticos, aunque con tres franjas de color oro que evocaban a la desaparecida corona. Se trataba de un cambio revolucionario en la heráldica papal, que desconcertó a los seguidores de la tradición y dio oxígeno a los que no habían perdido toda esperanza en el legado conciliar. Poco ha durado la alegría en casa de los partidarios de la modernidad.

El Papa alemán mostró el domingo, durante el rezo del Angelus, su nuevo escudo, que colgaba de la ventana de su apartamento, y del que ha desaparecido la mitra, sustituida por la eterna tiara.

Solo se ha esfumado la mitra. Siguen ahí la cabeza coronada de un etíope, que simboliza la universalidad de la Iglesia católica, un oso que entronca con una leyenda bávara y la concha que evoca a los peregrinos. También el palio, otra de las novedades que introdujo Benedicto XVI en la heráldica papal, y las llaves cruzadas que simbolizan el poder espiritual y temporal de los sucesores de Pedro. Nada se sabe de las razones que le han impulsado a cambiar de escudo cinco años después de su ascenso a la jefatura de la Iglesia.