Los tiempos están cambiando para la Iglesia vasca. Si en febrero del 2008 el nombramiento del obispo auxiliar de Bilbao, Mario Iceta, claro candidato a convertirse en el próximo titular de la diócesis vizcaína, fue ya un serio aviso, ayer el Vaticano envió un signo inequívoco de que los días en los que primaba la actitud conciliadora con el clero local, mayoritariamente nacionalista, han llegado a su fin. La clausura de esa forma de hacer ha quedado al descubierto al designar a José Ignacio Munilla Aguirre, de 48 años, obispo de Palencia desde el 2006, como sustituto de Juan Maria Uriarte al frente de la diócesis de San Sebastián, al que le ha sido aceptada la dimisión por jubilación. El Papa ha decidido que un prelado crítico con el nacionalismo ocupe el sitio de un clérigo muy próximo a esa idelogía política.

No acaban ahí las diferencias entre ambos. Uriarte ha demostrado ser abierto, atento a la realidad social, un intelectual con un discurso propio que no se dejaba intimidar por la jerarquía. Munilla pertenece a la nueva hornada de obispos untraconservadores en lo social, "conformistas, devotos y obedientes", en palabras de un antiguo formador de seminaristas. Solo se parecen en que ambos son vascos.

Munilla, que habla euskera, nació en San Sebastián, un argumento que el cardenal arzobispo de Madrid, Antonio María Rouco --el hombre fuerte de la Iglesia española que habla alemán, como el Papa, y sigue logrando casi todo lo que se propone del Vaticano-- habrá utilizado a la hora de hacerle de valedor.

Pero a pesar de haber nacido en el País Vasco, Munilla eligió Toledo y Burgos para formarse, antes de regresar a su tierra para ejercer como cura en Zumárraga durante cerca de 20 años. Hasta que Rouco se fijó en él y le promovió, tres años atrás, al rango de obispo de Palencia. Y de ahí directamente a San Sebastián, donde el clero local, acostumbrado a las maneras de José Maria Setién, primero, y de Uriarte, después, recibió la nueva con evidente aflicción.

Incluso Uriarte se vio obligado en salir en su defensa, elogiando su "buena salud, gran capacidad de trabajo, recia espiritualidad y notable vigor apostólico", y apelando a las enseñanzas del Concilio Vaticano II para mantener la calma de la grey. Menos diplomático fue el dirigente del católico Partido Nacionalista Vasco (PNV) Joseba Egibar, que atribuyó el nombramiento a la voluntad de "despersonalizar" a la Iglesia vasca. De Munilla dijo que, como Rouco, no puede estar situado "más a la derecha porque tiene la pared".

El protagonista de la jornada restó importancia a la controversia, señaló que confiaba en superar los prejuicios "con relaciones personales" y habló de la Iglesia "universal", no de la vasca, emulando al obispo de Vic, Romà Casanovas, que al ser nombrado con la única aquiescencia de Ricard Maria Carles, dijo que la Iglesia catalana no existe.

El sector más conservador del episcopado español tuvo ayer un doble motivo para sentirse agradecido con el Papa alemán. Al nombramiento de Munilla, le siguió el anuncio del ascenso del prelado de Huesca-Jaca, Jesús Sanz, de 54 años, ahora arzobispo de Oviedo, una plaza que estaba vacante desde que Carlos Osoro fue enviado a Valencia.

Munilla y Sanz se han mostrado hiperactivos a la hora de combatir la la ley del aborto. El primero sostiene que los que la aprueben "estarán en situación de complicidad de asesinato" y el segundo no se ha privado de confesar que le agradaría salir a manifestarse en contra del Gobierno. A ellos se les ha unido Iceta --de nuevo la pinza vasca-- que ha afeado al PNV el apoyo que presta a la ley socialista.