TEtscrito así parece el título de una película porno, pero no se alarmen, no es más que la aspiración profesional de nuestros niños: ellos quieren ser policías y ellas, lejos de princesas, aspiran a profesoras. La disyuntiva sorprende por su aparente simpleza. Ni ingenieros informáticos o astronautas, ni modelos o aventureras espaciales. Nada del futuro aunque vivan inmersos en un mundo que no hace más que anticipar sin permitirles disfrutar del presente. Tampoco aspiran a programadores de videojuegos ni a piratas de la red. No parece afectarles mucho la consola, el móvil o el mp4. O sea, que de tontos no tienen ni un pelo. Ya pueden bombardearlos con publicidad, ya pueden hacerles aparecer como marcianitos sin más horizonte que pasar de nivel o acortar las palabras para que quepan en el espacio mínimo de un mensaje. Da igual que les propongamos hacerse concursante de Gran Hermano o mentir a voces en programas del corazón como el mejor medio de ser famoso. Nos han hecho creer que venía el lobo con las nuevas generaciones y mira por dónde son mucho más tradicionales que nosotros. Incluso siguen valorando la cultura del esfuerzo. Ellos quieren tener músculos pero también ir a academias donde aprendan a ser agentes de la ley y el orden y ellas quieren estar monas, pero también estudiar una carrera para enseñar lo que han aprendido. O sea: ellos quieren combatir el mal y la corrupción y ellas aún creen en el inmenso poder de la educación para cambiar el mundo. No me digan que no es reconfortante pensar en manos de quién vamos a dejar nuestro país. Si estos chicos no se malean, para mí que aún hay esperanza.