La sonda Mars Express, primera nave europea con destino al planeta rojo, despegó ayer desde el cosmódromo de Baikonur (Kazajstán) para un viaje de unos 400 kilómetros que cubrirá en poco más de seis meses. La nave es rápida, pequeña y relativamente barata, muy modesta comparada con sus compañeras norteamericanas, pero sus objetivos son sumamente interesantes. De hecho, busca lo mismo --agua y trazas de vida-- con mucho menos, incluso con retales de otros proyectos, y su vida útil no está nada mal: dos años el orbitador y seis meses el módulo de descenso Beagle 2. Si todo funciona según las previsiones, llegará en diciembre.

El Soyuz-Fergat, el cohete ruso encargado de poner la sonda en el espacio, se elevó sin problemas a las 19.45, hora española. En Baikonur se encontraba ayer la plana mayor de la Agencia Europea del Espacio (ESA) y de las empresas y centros científicos involucrados en la construcción y en los instrumentos de a bordo. Noventa minutos después de iniciarse el viaje, la nave se separó del cohete impulsor, abrió sus paneles solares, contactó con la antena de la ESA en Australia y, finalmente, tomó el mando el centro de control en Darmstadt.

La sonda al completo tiene un aspecto cúbico (1,5 por 1,8 por 1,4 metros, sin contar los paneles) y apenas pesa 1.223 kilos, incluyendo el combustible de inicio (456 kilos de propergoles indispensables para maniobrar, frenar e insertarse en la

órbita de Marte). Cinco días antes de que la sonda alcance su destino, el Beagle 2 se soltará y trazará su propia maniobra de caída. Una vez en Marte, el orbitador estará activo dos años, mientras que el módulo de descenso, cuyo nombre es un homenaje al barco de Charles Darwin, tendrá seis meses de autonomía.

Mars Express observará el planeta desde una órbita polar, muy elíptica, que recorrerá sin huecos toda la superficie marciana. Sus instrumentos incluyen un radar de sondeo de superficie, una cámara de alta resolución, varios espectrómetros de infrarrojos y ultravioleta y un analizador de plasma. Todos los datos serán transmitidos hasta la Tierra y distribuidos a los centros de investigación encargados de analizarlos.

En cuanto al Beagle 2, de fabricación británica, se posará gracias a sus paracaídas y airbags en una zona ecuatorial, la Isidis Planitia, que antaño pudo estar recubierta de agua (y hoy posiblemente pueda conservar algún recuerdo). Pese a que sólo pesa 65 kilos, va provisto de un par de cámaras, varios espectrómetros, un microscopio y un brazo robótico capaz de tomar muestras --de superficie y del subsuelo-- y analizarlas in situ. Todo ello permitirá recabar información detallada sobre la atmósfera y la geología del lugar del aterrizaje. El Beagle 2 enviará sus resultados a través del orbitador.

INDUSTRIA PRIVADA

Mars Express, como pregona la ESA, forma parte de un nuevo estilo de sondas de rápida ejecución y coste ajustado. El desarrollo al completo ha precisado de cuatro años, la mitad de lo habitual, en gran parte porque se han empleado elementos de otras dos sondas: la rusa Mars 96, que fracasó al abandonar la Tierra, y la europea Rosetta, cuya construcción va con retraso. El coste es de 300 millones de euros (50.000 millones de pesetas), muy inferior al de misiones similares.

Según la ESA, buena parte del éxito se debe a la sintonía con el sector privado. Son en total 24 empresas de 15 países. Por parte española figuran Casa y Crisa, entre otras, así como varios equipos científicos, entre ellos el Centro de Astrobiología y de universidades de Cataluña y Madrid.