TEtstaba leyendo una información sobre la mujer de Obama en la que afirmaba que la prioridad va a ser su papel de madre; palabras que la periodista consideraba representan una de las mayores encarnaciones del post-feminismo. Levanté la vista. En la televisión un reportero nos informaba desde Afganistán sobre el ataque que habían sufrido militares españoles. Por detrás del informador pasaba una mujer con burka. Seguí el fugaz paso por el encuadre de la cámara de la figura tapada. Cuando bajé de nuevo la vista y volví a Michelle Obama pensé en cuán diferentes eran sus vidas. Una, instalada en el bienestar hablando a rostro descubierto sobre la opción que elegía y otra, sin rostro, guiando sus pasos a través de una rejilla. Diferentes mundos. Le he dado vueltas y más vueltas al asunto, han ido pasando los días y hoy, cuando escribo estas líneas concluyo que es la posición de privilegio la que permite a Michelle referirse a las prioridades de su vida; un status al que no tienen acceso la inmensa mayoría de las mujeres del planeta. No hace falta viajar hasta los territorios del integrismo talibán, que atisbé tras el reportero, para comprobarlo porque, tanto en Norteamérica como en España, millones de mujeres viven sin opción para elegir. Igual da que quieran dedicarse prioritariamente al cuidado de sus hijos ya que tienen que trabajar para poderlos alimentar, vestir y pagar el techo que les cubre. La elección es el trabajo y eso está bien porque, además, es una liberación de las dependencias no deseadas. Alguna vez he coqueteado verbalmente con el post-feminismo. No lo volveré a hacer. Es hablar desde la prepotencia, un insulto a millones de mujeres del mundo y a las que quieren liberarse del burka que las oculta.