En el lugar donde deberían estar los ataúdes de Véronique Nzazi y su hijo Samuel hay dos fotografías colgadas de una tela violeta que muestran a una mujer de mediana edad y a un niño pequeño de preciosos ojos. Ese altar improvisado que la familia Kabamba ha instalado en la entrada de su casa en la comuna de Lemba, en Kinshasa, la capital de la República Democática del Congo, es todo lo que de momento tienen de los dos seres queridos que perdieron para siempre en el naufragio de una patera en aguas del Estrecho el 14 de enero. El cuerpo que se cree pertenece a Samuel sigue en una morgue de Cádiz tras recalar en una playa de Barbate. Los restos de su madre están en Argelia, donde apareció su cadáver el jueves. Ambos están pendientes de identificación oficial.

En la cultura congoleña, que concede una importancia extraordinaria a la despedida que se dispensa a los muertos, esta ausencia, este adiós sin cuerpos que llorar, es un castigo adicional, una condena a un duelo que estará inacabado -dice Pierre Kabamba, tío de Samuel- hasta que «la madre y el niño estén de nuevo aquí».

La tortura dura ya casi un mes. Tras conocer, dos días después del naufragio, la suerte que habían corrido la mujer y su hijo, gracias a una llamada de «un desconocido desde Marruecos» -en ese país hay una amplia colonia congoleña-, los peores augurios se confirmaron al aparecer hace dos semanas el cuerpo del niño que corresponde con la descripción de Samuel, recuerda Aimé Kabamba, el padre.

Prueba de ADN

«Las noticias sobre mi mujer y mi hijo son terribles. Sin embargo, no tenemos aún confirmación de su muerte, algo que para nosotros es indispensable. Si nos tienen que hacer pruebas [de ADN], que nos las hagan. Lo que pido a las autoridades españolas y argelinas es que nos tomen las muestras y me permitan viajar para ver los cuerpos y que así me los pueda traer de vuelta a casa», explica.

El pasado día 2, el padre y el tío de Samuel acudieron a la embajada de España en Kinshasa para pedir que se les tomaran muestras de ADN. La visita fue infructuosa. La familia asegura que nadie los recibió, mientras que fuentes de la legación española sostienen que cuando una funcionaria salió para hablar con ella ya se había marchado sin dejar un teléfono de contacto. De cualquier manera, tanto esas fuentes como la familia confirmaron que hoy está prevista una reunión entre Aimé Kabamba y el embajador y el cónsul de España en Congo. Esas mismas fuentes se comprometieron, en conversación con este diario, a «hacer todo lo posible para ayudar a esta familia que ha sufrido esta enorme tragedia».

Mientras la promesa se concreta, el duelo sigue en la casa de los Kabamba, donde acuden sin parar familiares, vecinos y feligreses de la iglesia evangélica La Trompette, la parroquia en la que Véronique dirigía los grupos de mujeres y su marido ejerce como pastor. Muchas mujeres entran llorando; una repite entre gritos «Vero, Vero», como era conocida esta madre «buena».

«Cuando ya estaba en Marruecos llamaba para preguntarme qué habíamos comido y si me estaba ocupando bien de mis hermanos», dice entre lágrimas Jemima, de 20 años, la mayor de los seis hermanos Kabamba. Al padre, Aimé, solo se le escapa una sonrisa cuando recuerda lo ilusionado que estaba Samuel con subir por primera vez al avión que le llevó a él y a su madre a Argelia: «Cuando un avión pasaba por encima de la casa, gritaba: ‘Eh, avión, voy a subir encima de ti para irme de viaje con mi mamá’.