TNto tengo el gusto de conocer personalmente a Rodríguez Ibarra, pero parece ser que tenemos algo en común: ambos somos hipocondríacos. Supongo que para alguien proclive a preocuparse excesivamente por la salud, sufrir un infarto debe de ser terrible. Pero sé que lo mejor para recuperarse es precisamente ese punto de neurastenia. La gente se ríe de los hipocondríacos, que incluso tenemos nuestro santo patrón: Woody Allen. Pero no saben que la hipocondría es un atajo hacia la felicidad. A partir de ahora, Ibarra tendrá una meta nueva en su vida: la salud. Deberá cambiar sus hábitos alimenticios, dejará de fumar y comenzará a hacer ejercicio. Poco a poco, notará cómo el colesterol desciende, la tensión se estabiliza y la circulación fluye.

Cada bajada de colesterol y cada kilo menos supondrán una alegría mucho mayor que la subida de un punto en el índice de popularidad. La hipocondría, además, humaniza, acerca a la familia, te ayuda a relativizar futilidades que antes te parecían dogmas. Valoras los deleites simples: una compañía agradable, una comida sabrosa, una lectura interesante, una música grata, una charla amena, una risa a pierna suelta... O sea, lo que decía el poeta libanés Gibrán Jalil Gibrán: "En el rocío de las cosas pequeñas, el corazón encuentra su alborada y se refresca". Esta dieta de deleites simples es además muy buena para encontrar la serenidad y olvidar esos prontos incandescentes que tan mal sientan. Salud, presidente, los hipocondríacos felices estamos con usted.