TMte fileteó unas pechugas y después me tentó con unos secretos de cerdo ibérico. Vinieron luego los pollos de asar, los escalopines de babilla de cadera, un kilo de aguja para guisar, un pan de Miajadas que parece rosquilla y cuando ya iba a pagar, Manolo me confesó su satisfacción porque acababa de leer en el periódico que el ayuntamiento ha tenido un detalle con los tenderos.

Manolo Blasco es mi carnicero de cabecera, una de esas personas de confianza de las que uno va rodeándose en la brega diaria con lo cotidiano: el médico de Montfragüe que me receta con sólo verme el semblante; la quiosquera de la estación de Renfe que me permite hojear las revistas sin ponerme mala cara; Felipe Salgado, el Arguiñano cacereño de San Juan, que me limpia las merluzas al tiempo que piropea a doña Gertrudis, explica una receta y cuenta un par de chistes ocurrentes; el librero tímido (Moradiellos dixit) de Todolibros , que regala leyendas de Bécquer a los clientes y tiene los libros colocados como en cualquier librería europea que no sea cacereña, es decir, en expositores que permiten tocarlos, olerlos, leerlos, comprarlos... El encanto de la vida en la provincia no es más que eso: lugares acogedores, ciudades domésticas, comerciantes que parecen de la familia... Y concejales que se preocupan por la menudencia: el Ayuntamiento de Cáceres ha declarado festivo un lunes (30 de mayo) y no un viernes durante las ferias de mayo. Manolo y mis tenderos de cabecera disfrutarán, ¡por fin!, de un puente, como cualquier ciudadano.