Ayer en Coria el mundo del toro recordó a quien fue una gran persona y un soberbio picador: Juan Francisco Presumido. Sucedió seis meses después de que el torero a caballo, tras picar tan bien como él lo hacía, cayera fulminado en la plaza de Bancarrota. A honrar su memoria acudieron los toreros, quienes dieron una gran tarde de toros.

Abrió plaza un novillo de José Luis Pereda, de bonitas hechuras pero muy justo de fuerzas. Tenía el defecto de que le costaba desplazarse pero la virtud de que era obediente a los toques, y Espartaco lo toreó sin muchas apreturas pero con oficio, llevándolo con suavidad, logrando series por ambos pitones de buena factura.

Al segundo, también un novillo de Pereda, le costaba desplazarse. Le correspondió a El Cordobés, quien demostró que lo suyo la complicidad con el tendido, del que está muy pendiente. Por ello, tras los medios pases, llegó el salto de la rana y los desplantes, ciertamente cosas muy celebradas.

El tercero era de Victorino Martín, y era un toro con cuajo. Le tocó a Antonio Ferrera y llegó muy enterado al segundo tercio. Tuvo que hacer un gran esfuerzo Ferrera, porque el victorino le cortaba, a pesar de lo cual lo cuajó con los palos.

Brindó Ferrera al cielo en recuerdo a Juan Francisco, pero el astado se mostró imposible por ambos pitones. No se desplazaba, se acordaba de lo que dejaba atrás, pero con él estuvo Ferrera en lidiador, buscándole las vueltas, lo que logró.

El cuarto, como los que después vendrían, era de Zalduendo, y ya tuvo otro son. Correspondió el cuatreño a Morante de la Puebla, quien dejó constancias de su toreo. Primero a la verónica, cuando los lances resultaron muy bellos. Como hermoso fue el inicio de faena por abajo, doblándose con el animal, para seguir en una faena con ambas manos personalísima, rota por momentos la cintura. El final fue de categoría, con muletazos cambiados por ambos pitones, ayudados que dejaron un profundo regusto.

El quinto fue sobrero. Era feo por delante pero El Juli estuvo cumbre con él. Primero con el capote en un quite sensacional a la verónica. Después llegó la sinfonía cuando afloró lo mejor de este gran torero, en especial una técnica perfecta. El Juli enganchaba al novillo por delante y se lo llevaba con extrema suavidad, para dejarle la muleta puesta y así dar continuidad. Una tras otra brotaron series a cual mejor, limpias y muy profundas. Era el temple quien encelaba a un novillo que tuvo bondad pero que en otras manos hubiera lucido infinitamente menos.

Cuando saltó el sexto, el frío era patente. Ante él se plantó Emilio de Justo para torearlo con elegancia a la verónica y en el quite por chicuelitas. Brindó también al cielo en memoria del picador desaparecido, para iniciar el trasteo por abajo sometiendo al zalduendo. Fue esa una faena de buen nivel, con alguna tanda, especialmente al natural, en la que lució la verticalidad y apostura del diestro de Torrejoncillo.