El cuerpo de un náufrago apareció en las playas de Tarragona. Rondaba por allí una mujer tan hermosa que los hombres casi la temían, por esa manía que tienen las hermosas de volver a todos locos y no decidirse por ninguno. Pero, mire usted por donde, corrió hacia el náufrago, le dio aliento, y resultó que el muchacho volvió en sí, le soltó una docena de versos y la enamoró perdidamente. La sedujo, y luego se dio a la fuga. La muchacha se llamaba Tisbea y él, don Juan Tenorio . Así nació el mito de don Juan, ese dulce regocijo de ver a un macho vengarse de la tiranía de la belleza de la mujer. Una tiranía tan poderosa, tan irresistible, que a los hombres nos causa el vértigo de los precipicios. Nos gusta y, a la vez, nos aterra. Soñamos con una mujer hermosa y segura de sí misma, pero nada nos pone más nerviosos que amarrarnos a una hermosura imponente. Nos subyuga y narcotiza la voluntad. Nos deja turulatos, con deseos de poseerla y, a la vez, de salir corriendo, como esos insectos que intuyen que los colorines de una flor son presagios de peligro. Complejos y debilidades, pero es lo que hay. Tanto, que algunos prefieren ahorrarse este trago y se enamoran de una fea. Pero, ay, resulta que ahora las feas van a Cambio Radical y te aguan la fiesta. Dejas a la mujer en sus manos y te la devuelven convertida en una nueva Tisbea y, claro, se te queda una cara de tonto que es un primor. El de la última semana decía a la presentadora: "espero que los cambios no se le noten mucho". Pobre animalito. Me hizo pensar que no importa que se llame Pantoja o Tisbea o Royal, siempre hay quien se regodea si el tenorio de la vida echa por tierra esa belleza que tanto les asusta.