Ahora que todo es rural e ibérico, las miradas de ciertas agencias que se dicen modernas se dirigen a Extremadura. Cada temporada nos visitan miles de personas, pero muchas, en lugar de patearse los pueblos o ciudades y empaparse de lo que pasa en la calle, se dejan engañar por ofertas tipo descubra Extremadura en tres días. Para empezar, son alojados en lugares supuestamente con encanto, impregnados de ruralidad y decorados al estilo hermana pobre de Casa y Jardín, con antigüedades de mercadillo. Y eso que la oferta hotelera es buena, solo que para algunas guías, no con el suficiente aroma a terruño. Luego, los turistas son embarcados en un tour que nada tiene que envidiar al chiste de Gila : si hoy es martes, esto es Trujillo y si tengo ganas de ir al servicio, en dos horas estamos en Mérida. Conclusión: el anfiteatro linda con el castillo de Belvís que está enfrente del monasterio de Guadalupe rodeado por el parque natural de Monfragüe. Y los buitres nos despiertan cada mañana con su crotorar desde el campanario en la plaza alta de Cáceres. Qué bien eligió Carlos V el retiro de Plasencia y sus encinas en flor. Qué más da, si encima han probado las esencias de nuestra gastronomía: prueba de cerdo al pimentón del Casar con torta de la Vera o el Jerte, aliñada con morcilla, técula y cerezas de la Serena. Qué cansado el viaje y qué ardor de estómago, pero ha merecido la pena, dicen. El lunes, en el trabajo, tendrán muchas cosas que contar, todas rurales e ibéricas sobre Extremadura, esa gran desconocida, ese lugar misterioso que, por más que se empeñen muchas de estas agencias, no puede conocerse en tres días.