Cada laberinto tiene un minotauro y un poeta a las puertas descifrando sus misterios. Vito Cano es uno de estos extraños hombres a los que el laberinto confía sus secretos. Enigmas imposibles de novelar en palabras pero que él nos cuenta en lienzos que son como postales enviadas desde otra dimensión. Lienzos y más lienzos que salen de su mano con la vehemencia de un corazón enamorado. Porque Vito Cano es un pintor extremeño que ama todo lo bello que ve y, sobre todo, todo lo bello que imagina. Es un pintor realista que ha inventando una realidad que yo sólo he visto en sus cuadros. Pinta paisajes y mujeres y hombres que es una pena que no hayan existido nunca, porque sin duda que el mundo sería mucho más hermoso si se ajustara al guión que este artista inventa en cada cuadro. Gavilla de flores que danzan, barcos de papel surcando cielos alucinantes, hombres a los que la melancolía se les convierte en lago en los ojos. Colores que descifran el idioma de los recuerdos. Cada lienzo que concibe es un postulado sobre la candidez. Si los cuadros de Vito Cano fueran todo lo que los extraterrestres conocieran de la raza humana pensarían que este planeta está poblado por seres maravillosos. Su mensaje es siempre de inocencia, cosa rara en estos tiempos en los que a cada paso te asalta un profeta del apocalipsis. En Extremadura aún no está debidamente reconocido, pero su obra ya triunfó en las salas de Madrid, de Oviedo, de Toledo. Esta semana expone en Valencia. Después en Sudamérica. Lentos reconocimientos que le llegan casi siempre desde el exterior. Aunque eso a él parece traerle sin cuidado. El sigue pintando y pintando, ajeno a todo lo que no sea ese eco particular y misterioso que le llega desde el otro lado del laberinto.