Naturalmente, A dos metros bajo tierra , no estará nunca en el pelotón de cabeza del share . No se ve en ella la elección de los productores por los clichés que más pueden congraciar a los telespectadores. Ya dijo Umberto Eco que el espectador quiere ver refrendado en la pantalla la seguridad de su mundo, los comodines de sus gestos más habituales.

Algunas de las series de televisión estrenadas a lo largo del año por las diversas cadenas están hechas con los restos de colas de material fílmico después del rodaje: algo se les pega de las películas americanas, de otras series, también americanas: repiten sus situaciones, sus tramas, sus títulos: inexplicablemente, algunas desaparecen a las pocas semanas y otras permanecen: las audiencias eligen, pero también son movidas a la elección: los guiones se hacen al gusto del consumidor, o como dijo el directivo de una de las cadenas, a gusto del publicitario.

Naturalmente, los publicitarios, los consumidores no meten sus narices en A dos metros bajo tierra . Los programadores la sitúan donde queda un público que no molesta sino que aplaude que a esa hora le pongan una serie como esta. Al menos le ponen algo. Otros públicos habrían golpeado con el share en la cabeza de los programadores y le hubieran dicho: "a otro perro con esa serie". En A dos metros bajo tierra los muertos hablan, conversan con los vivos. Pero esto es una anécdota semanal.

También todos los capítulos empiezan igual: alguien muere. En fin, como se ve, todo muy fúnebre. Pero que no haya desengaño: las historias y los personajes de A dos metros bajo tierra contienen la misma sustancia (emoción y pensamiento) que cualquier espectador que viva sobre la tierra.