Un bocadillo y un botellín de refresco. Esa es la recompensa de la vida. Un trueque insignificante para el incalculable valor de una de las partes. Lo curioso es que para un donante la remuneración es lo de menos. Se sienta en la silla con un parche en el brazo intentando reponer su cuerpo sin ser consciente de que lo que acaban de entregar no se puede conseguir en un supermercado. Es único. Su sangre no tiene precio. En una época en la que nadie parece ofrecer nada a cambio de nada, los donantes sobreviven camuflados entre la multitud y su rutina. Como una suerte de superhéroes, anónimos y sin la prepotencia y narcisismo de los que se saben salvadores.

Ese altruismo heredado bien conoce Extremadura. La región acumula la cifra de donantes de sangre más alta del país por tasa de habitantes. En el último año alcanzó más de 46.000 donaciones -alrededor de 20.000 litros-. Si bien es cierto que este número es más bajo que en el 2015 donde las extracciones rozaron una cifra récord de casi 50.000. La razón de este descenso está lejos de la pérdida de interes de los extremeños, sino a un episodio puramente médico. Un brote de fiebre del Nilo en Andalucía desvió gran parte de las donaciones el año pasado, destaca el responsable del Banco de Sangre en Extremadura, José María Brull. Desde que abrió el banco de sangre en noviembre de 2002 ostenta orgulloso unas cifras que han pasado a multiplicarse en una década.

A pesar del descenso de un año para otro, mantiene una línea que coloca a Extremadura entre las regiones más solidarias en este área. Tanto es así que el banco se marca su propio objetivo: 4.000 bolsas de sangre al mes -mínimo-, señala Brull. Y justo es la media que mantiene y no por capricho, sino porque la demanda es continua por dos razones. La primera, por necesidades médicas. El primer destino son las personas con cáncer (24%). Le siguen operaciones (23%), en trasplantes o tratamientos de enfermedades crónicas. La segunda razón, porque caduca. La sangre está compuesta por tres componentes: los glóbulos rojos o hematíes -duran 42 días-, el plasma -hasta dos años- y las plaquetas -solo una semana-. Una vez que la sangre llega al banco, los responsables separan los tres compuestos, los almacenan y los reparten de acuerdo a las necesidades que estiman para los hospitales extremeños para su funcionamiento normal. En cualquier caso, asevera que la respuesta de los extremeños siempre llega a las expectativas incluso cuando hay alguna emergencia. La última en la región ocurrió en el hospital San Pedro de Cáceres. Una avería provocó que las reservas de sangre corrieran peligro para su uso -tienen que conservarse a una temperatura determinada- y en menos de doce horas el servicio y las reservas estaban más que cubiertas.

El responsable del servicio achaca a dos razones los buenos datos de Extremadura en este punto: la solidaridad y el peso de los pequeños pueblos. «Estamos dentro del tejido de la sociedad extremeña», añade Brull. Justo esta semana el consejo de Gobierno ha autorizado esta semana Servicio Extremeño de Salud (SES) para contratar el suministro de bolsas de extracción y transferencia de sangre, equipos desechables y sistemas de sellado para el Banco Regional de Sangre por dos millones.

Añade que el grueso de las donaciones se encuentran en los municipios de 1.000 y 2.000 habitantes. De hecho, ninguna de las ocho ciudades de más de 20.000 habitantes en Extremadura salvo Almendralejo (7,5%) tiene una tasa de donaciones superior al 3% por cada 100 habitantes. Son Nogales -700 habitantes- y Plasenzuela -500 habitantes- los que arrastran el podio de donaciones con una tasa que supera el 16%. Padres, hijos y nietos trasladan una saga en la que la cultura de la donación de sangre se asemeja más a un ritual que a otra cosa. María del Carmen Santos vive en Nogales y Sebastián Robledo en Plasenzuela. Ambos han perdido la cuenta de las veces que han prestado sus brazos a la aguja. A Sebastián le queda una donación más, ya ronda los 70 años, y parece que se le ilumina la voz cuando relata qué siente. «Siento satisfacción, donar es un acto de amor al prójimo, nunca sabes a quién le puede llegar tu sangre», relata mientras confiesa que en «el pueblo siempre ha sido una tradición, lo llevamos en los genes». A María del Carmen tampoco le produce reparo el pinchazo. «Empecé a donar cuando empezaron a venir al pueblo», reconoce. Ahora tiene 55 años y asume que si le «hiciera falta» sangre en un futuro le gustaría que se «la dieran».

El mismo testimonio comparten Soraya González, Leticia González y Samuel Moreno esta semana en Cáceres. Esperaban pacientes en la fila para donar sangre para la campaña que ha activado el banco para este mes por todas las localidades de la región. Para Samuel no es la primera vez pero para Soraya y Leticia sí. No están nerviosas. Confiesa que lo que le empujó a donar fue el reflejo de la enfermedad. «He tenido familiares con cáncer y la madre de una amiga tenía una enfermedad, donar no me supone nada si puedo ayudar a gente a salir adelante». A Leticia no le dan miedo las agujas y coincide en que «somos más conscientes cuanto tenemos a alguien cercano». Samuel también confiesa que «no le cuesta nada» y resuelve que la acción «es gratificante». Está claro es que cada donante es un mundo, pero todos son impresos como calcos y llevan la «solidaridad» por bandera. Acumulan una mezcla entre el egoísmo de la necesidad en un futuro y el aprecio absoluto y anónimo por la vida de los demás.

EL CERO, EL ‘SANTO GRIAL’ // Un ser humano ronda los cinco litros de sangre. En cada donación se pierde medio litro (450 cc). Es la ley la que determina que no se debe extraer más del 13% del volumen de sangre, por eso, las personas con menos de 50 kilos no pueden donar. La reserva de sangre se recupera en días, pero entre donación y donación tienen que pasar de dos a tres meses. La curiosidad de la sangre es que cada persona necesita un tipo diferente. Hay cuatro grupos sanguíneos (A, B, AB y O) y la compatibilidad es más difícil en función del grupo. María del Carmen es A positivo, uno de los grupos más numerosos (36%), pero Sebastián es cero negativo. Lleva el ‘santo grial’ de la sangre. Solo un 9% de la población tiene este grupo. La particularidad de Sebastián es que su sangre es compatible con todas las personas pero sólo puede recibir de gente que tengan su propio grupo sanguíneo. Este tipo se convierte en el más codiciado y es justo el que menos reservas genera en el banco, destaca Brull. «El grupo con el que pasamos más apuros es con el 0 porque vale para todo», apunta. Pero es un apuro de cuestión de horas porque los extremeños siempre tienen los brazos abiertos.