Con solo tres años su hija pequeña intentó amputarse dos veces. «Se subió a una mesa y me dijo: mami, me la voy a cortar. Entonces su hermana, que tendría unos 10 años, me miró y soltó: esto es serio, es una niña y no lo estamos viendo».

No sabía ponerle nombre a lo que estaba ocurriendo. Era una realidad totalmente ajena, desconocida. «Es que yo la intentaba convencer: si vas con una falda se van a reír de ti. Pero a veces no me quedaba más remedio que salir así con ella, porque tenía que ir a comprar y era la única manera de que viniera conmigo. De hecho, su hermana vivió momentos muy difíciles porque le daba vergüenza que fuera tal cual por la calle».

La pequeña Elsa, que ahora tiene 6 años, quería vestirse siempre a oscuras y odiaba a su padre: «Porque odiaba todo lo masculino». «Cuando se acostaba, me preguntaba: ¿mañana ya seré una niña?».

La historia la cuenta su madre Anabel Pastor González, de 42 años y vecina de Arroyo de San Serván (unos 4.200 habitantes). Cuando fue consciente de que tenía una hija transexual, el mundo se le vino encima. «Yo pensaba en los travestis...».

Entonces empezó a informarse, a intentar entender a su pequeña, a darse cuenta de que, efectivamente, Elsa era una niña, aunque tuviera cuerpo de niño. Recuerda que la llamaron loca, que la acusaron de estar creándole un trauma... «Fue muy duro, por eso hay que hablar de esto, hay que contarlo, explicar que la transexualidad no es una opción, sino una condición natural más (que se va formando durante la gestación del feto). Es la diversidad de la vida».

LAS PALABRAS ADECUADAS / Una vez que le pusieron las palabras adecuadas, empezó otro camino: «Mi marido me pedía que le diera tiempo, que era muy pronto, que no podía perder ya a su hijo. Y yo le explicaba que no iba a perderlo porque nunca lo había tenido».

Entonces se lo llevó al cine a ver la película La chica danesa. Y a partir de ese momento se apretaron la mano y comprendieron, juntos, que Elsa era su hija pequeña.

La semana pasada la Organización Mundial de la Salud (OMS) anunció que elimina la transexualidad de su lista de enfermedades mentales, porque hasta este momento así era considerada. Es un paso oficial importante, aunque llega tarde y resulta insuficiente, puesto que ahora pasa a considerarla «incongruencia de género», una definición que no agrada, para nada, al colectivo.

La transexualidad entró en este catálogo en el año 1990, justo cuando salió la homosexualidad: hasta entonces, ni siquiera era tenida en cuenta. Por delante aún queda una intensa lucha similar a la del colectivo gay de hace décadas.

De hecho, en España hasta 1995 (hace apenas 23 años) no se derogó la ley de peligrosidad social -que vino a sustituir a la de vagos y maleantes-, la cual, junto a la del escándalo público (suprimida en 1988), sirvió para reprimir la homosexualidad -y transexualidad- durante la última etapa del franquismo.

MUROS / «Una enfermedad tengo yo, que soy diabética», asegura Anabel, que no niega que, si mira al futuro, siente miedo. Sabe que quedan demasiados muros por derribar. Y hace un apunte: «Yo no creo que mi hija naciera en el cuerpo equivocado, ahora está encantada, no lo oculta y dice claramente: soy una niña con pene».

Elsa es la persona transexual más pequeña de Extremadura. En el otro lado está Diego Neria, de 53 años, el más mayor de la región, que se hizo famoso porque fue recibido por el Papa en Roma, que le animó a seguir siendo parte de la familia católica. «Cuando volví tenía cheques en blanco para ir a programas de televisión a contar mi vida, pero yo soy un funcionario que lo que quiere es transmitir normalidad. Porque la transexualidad genera mucho morbo, la gente lo primero que quiere saber es si estás operado, cómo son las relaciones sexuales... ¿Le pregunto yo a los demás qué hacen con sus parejas en la intimidad?».

La infancia y adolescencia de Diego transcurrió en una época donde la transexualidad era ciencia ficción. «Cuando yo tenía 9 años, en la cárcel de Badajoz todavía estaba entrando gente homosexual y las que en aquel momento definían como travestis o travestidos».

Lo primero que tuvo que aguantar era que lo llamaran lesbiana, el desconocimiento... Porque una persona transexual es aquella cuya identidad de género no se corresponde con el sexo biológico, con los genitales. Nada tiene que ver con la orientación sexual.

EVITAR LOS ESPEJOS / Al contrario de cómo lo vive la madre de Elsa, Diego sí se veía encerrado en un cuerpo que no era el suyo, no se reconocía. La diversidad también significa sentir la misma realidad de maneras diferentes.

«El envoltorio estaba mal», resume. «Yo conocí un espejo con 40 años».

A esa edad se realizó una mastectomía. Esperó hasta ese momento porque antes cuidaba de su madre, enferma de riñón, quien le pidió, por miedo a los quirófanos y al rechazo social, que no lo hiciera. «Pero mi familia, aunque era conservadora. siempre me ha protegido y apoyado mucho», quiere dejar claro.

«Con esto llegas, puedes tardar más o menos en darte cuenta, viene contigo, no lo eliges. Un transexual no es un mono de feria, es una persona normal y corriente, y es algo que va mucho más allá de los genitales», subraya.

«¿QUÉ ES NORMAL?» / Laura Corbacho Garrido, cacereña de 19 años que quiere estudiar Arte Dramático, huye de la palabra normalizar. «¿Qué es normal? Lo que queremos es visibilizar».

Ella es una de las más críticas con la nueva definición de la Organización Mundial de la Salud: «Ahora lo llaman incongruencia de género, pero es que yo lo he buscado en el diccionario y significa falta de coherencia. Y tampoco es eso. Porque implica seguir viviendo con la idea de que el sexo biológico y el genero deben ser lo mismo. Y ese concepto es lo que hay que derribar de una vez».

Laura empezó a ponerle nombre a la transexualidad a los 12 años. «Pero si hubiera tenido más información, habría sido antes. Yo recuerdo que me maquillaba y me ponía mi floripondio. Me gustaba sentirme mujer». Si echa la vista atrás, dice que se enorgullece de su camino, en el que su familia -es hija única- siempre significó un respaldo. «Con mi padre al principio resultó un poco más complejo, pero porque él tenía mucho miedo de que yo sufriera».

Pero es igualmente consciente de las barreras. En su caso, sufre rechazo en las relaciones de pareja: «Una vez que abres los ojos, te das cuenta de que queda muchísimo por luchar. Por eso cuento mi historia, porque quiero ayudar a otras personas y quiero dar visibilidad a la transexualidad». Por ejemplo, ha tenido que explicar numerosas veces que «una cosa es sentirse mujer y otra que te gusten las mujeres».

Laura aporta el punto intermedio entre la vivencia de la madre de Elsa y Diego: «En un mundo ideal, en una utopía, si no existieran los roles de género, cada cual podría elegir libremente si desea cambiar su cuerpo. Pero obviamente la sociedad te marca, te condiciona y te exige encajar en un sitio u otro. Hay cánones estéticos: el hombre es fuerte y con barba y la mujer delgada y va en tacones. Eres del género que te sientas, luego cada cual decide si se hormona o si se opera. Pero la realidad que nos rodea te hace estar más segura si te sientes mujer y tienes cuerpo de mujer».

«Y si eso ocurre ahora -continúa Laura- en la época de Diego era aún mucho más duro».

DEMOSTRAR LA EVIDENCIA / Los tres son conscientes de que toca permanecer en lucha, pero lo hacen desde la paz que sienten con ellos mismos. La OMS les acaba de decir que no son enfermos mentales, una evidencia que llevan toda la vida demostrando.

La Fundación Triángulo y Chrysallis dan apoyo en Extremadura a más de 150 personas transexuales, una treintena menores de edad.

Este año, la celebración del Orgullo Gay estará marcada precisamente por la visibilización de este colectivo.

La senda está abierta.