Su vocación por la política surgió en enero de 1969, a raíz de la muerte del estudiante Enrique Ruano mientras estaba detenido por la Brigada PolíticoSocial del franquismo. Alfredo Pérez Rubalcaba no había cumplido los 18 años y aquel suceso, en plena represión contra las movilizaciones democráticas, le asestó el primer aldabonazo serio a su conciencia.

Han pasado desde entonces algo más de 37 años, y ese muchacho que despertó a la política frente a los atropellos criminales de las fuerzas de seguridad del Estado se dispone ahora a llevar las riendas de las mismas. Claro que la dictadura ha cedido el paso a la democracia, los agentes policiales no son los mismos y quien acaba de nombrar a Pérez Rubalcaba como ministro del Interior no se llama Francisco Franco, sino José Luis Rodríguez Zapatero.

Nacido el 28 de julio de 1951 en Solares (Cantabria), Alfredo Pérez Rubalcaba se enfrentará a partir del martes al que será el mayor reto de su dilatada carrera política, que comenzó formalmente en 1974 con su ingreso en el PSOE. Desde el momento en que tome el relevo de José Antonio Alonso al frente de Interior, el hasta ahora portavoz de los socialistas en el Congreso tendrá la difícil misión de llevar a buen puerto el proceso de paz en Euskadi y poner fin a casi cuatro décadas de violencia de ETA, una tarea que ha venido pilotando en la sombra.

Pérez Rubalcaba tiene en su currículo un doctorado en Ciencias Químicas con premio extraordinario por la Universidad Complutense de Madrid. En el mismo centro fue campeón de los 100 metros lisos, con un tiempo de 10 segundos y ocho centésimas, lo que le valió ser preseleccionado para la concentración preolímpica de 1968.

La química y la disposición para el atletismo, en su sentido metafórico, han sido elementos fundamentales en la trayectoria de Pérez Rubalcaba y le han permitido sobrevivir a las mudanzas de los tiempos.

Peldaño a peldaño

Pérez Rubalcaba dio sus primeros pasos en el PSOE colaborando con la Federación Madrileña y, después, en las comisiones de enseñanza e investigación, tanto del partido como del grupo parlamentario. Con la llegada de los socialistas al poder en 1982 inició una carrera ascendente dentro del Ministerio de Educación: director del gabinete técnico de la secretaría de Estado de Universidades e Investigación, director general de Enseñanza Universitaria, secretario general y secretario de Estado. En junio de 1992 llegó a ministro, en sustitución de Javier Solana, que asumía Exteriores.

Tras las elecciones de 1993, González lo nombró ministro de la Presidencia y de Relaciones con las Cortes. En esta cartera desarrolló una faceta hasta entonces poco conocida para el público: la de hábil cocinero de la política y la de virtuoso orador.

Apuesta de riesgo

En el 2001, durante la tormentosa travesía del PSOE por el desierto de la oposición, pareció sentenciar su suerte cuando apostó por José Bono en el congreso del partido que consagró a Zapatero como secretario general. Sin embargo, el nuevo líder lo incluyó en su núcleo duro y, tras la victoria socialista del 14 de marzo del 2004, lo designó portavoz del partido en el Congreso de los Diputados.

Desde ese puesto, Pérez Rubalcaba se ha dedicado en los dos últimos años no sólo a mantener cohesionado a su grupo parlamentario, sino a azotar con su verbo mordaz al PP. Sus frases lapidarias darían para una extensa antología. En septiembre pasado, cuando los conservadores denunciaron en el Congreso una supuesta maniobra política en la OPA de Gas Natural sobre Endesa, dijo: "Los señores del PP que han diseñado esto han pasado el verano leyendo El Código da Vinci".

La gran tarea desarrollada hasta ahora por Pérez Rubalcaba ha consistido en sacar adelante el Estatuto catalán y enfriar, para irritación del PP, la principal patata caliente que tenía el Gobierno en sus manos. Para ello desarrolló una estrategia de regateo fenicio, primando la negociación bilateral y haciendo gala de buen talante y paciencia. Lo dicho: cuestión de química y atletismo.