Después de que el secretario de Estado de Estados Unidos, Donald Rumsfeld, se prodigara en elogios de un plan bélico que no era el suyo, pero que tildó de brillante; en Irak, las unidades de la vanguardia aliada lanzaron ayer "la madre de todas las batallas" contra la zona roja, la última muralla defensiva de la capital, Bagdad. A tiro de piedra de las primeras edificaciones de la urbe situó la agencia Reuters a las fuerzas estadounidenses. El enviado especial de este periódico Antonio Baquero, que viajó ayer por la mañana hasta Hilla por una de las carreteras que conduce al sur, sólo pudo confirmar bombardeos intensos sobre la localidad de Kerbala, pero no constató un avance aliado de las dimensiones del relatado por el Mando Central en Qatar.

El general Vincent Brooks, de ese Mando Central aliado, se mostró muy explícito en sus comentarios sobre la ofensiva: "El puñal apunta ya al corazón del régimen". Según su versión, atrás quedaron poblaciones como Kerbala o Kut, que se habían convertido en un tormento para el avance de las tropas estadounidenses. Como si el Ejército aliado se moviera por resortes de autómata, bastó una sola orden de Donald Rumsfeld para terminar con el estancamiento de varios días en el frente de combate y para olvidar todos los problemas de aprovisionamiento y romper a placer las líneas, supuestamente, más fortificadas de su enemigo.

EL PUENTE DEL RIO TIGRIS

A juzgar por las crónicas de los periodistas integrados en las unidades aliadas, la resistencia de las diferentes divisiones de la Guardia Republicana --un máximo de seis (unos 60.000 soldados) antes de iniciarse el conflicto, según los datos del Instituto de Estudios Estratégicos-- se deshizo como por ensalmo. También cayó "el último puente del río Tigris" que necesitaban las tropas estadounidenses para el asalto final de Bagdad, después de días y días de encarnizada lucha y nulos avances.

Impregnado por el triunfalismo que llegaba del frente, el general Brooks dijo que las tropas norteamericanas habían destruido la División Bagdad, que protegía la población de Kut; nada menos que 10.000 soldados de élite. Irak, aunque reconoció pérdidas menores, negó que la división hubiera caído.

El avance hacia Bagdad se trasladó de inmediato a la bolsa estadounidense, que registró una notable alza al desatarse las cábalas sobre el fin de la operación de liberación de Irak y, también, porqué no, de la liberación de sus reservas petroleras, las segundas del mundo.

FALTA LO MEJOR

Pero la verdadera batalla de la capital iraquí no ha empezado. No es la que libran ahora los 60.000 soldados estadounidenses contra la División Medina y las otras tres que protegen el frente sur y el sureste, equipadas cada una con unos 400 tanques T-72, que aparentemente se han volatilizado. La verdadera batalla de Bagdad es la que más quebraderos de cabeza plantea a los estrategas del Pentágono que se resume en la pregunta: ¿Qué hacer una vez a las puertas de una ciudad en la que residen cinco millones de personas, si dentro se ocultan miles de francotiradores dispuestos a luchar hasta la muerte?

La única fórmula para evitar esa lucha urbana es mantener el cerco entorno a la ciudad para forzar al presidente iraquí, Sadam Husein, a entregarse y capitular. Eso repetiría escenas ya vividas en esta guerra como las filmadas en la ciudades de Nasiriya y Basora. "Tenemos que proceder con gran delicadeza en Bagdad, como ya hicimos en Basora, porque no queremos causar más daños de los que sean estrictamente necesarios y tampoco queremos causar más bajas civiles", declaró el comandante de las fuerzas británicas que le escuchaban destacadas en la zona de Irak Brian Burridge.

Por el momento, no obstante, la precisión quirúrgica en el ataque aliado no ha impedido que se produzcan matanzas de civiles. Sobre todo si se utilizan bombas de fragmentación --por muy modernas y sofisticadas que se presenten--. Ayer, los aliados admitieron que habían empleado seis sofisticadas CBU-105 contra "una columna de carros iraquís". Fuentes periodísticas precisaron que en Hilla, donde el pasado lunes murieron 33 civiles, se encontraron restos de lo que parecían bombas de fragmentación.

La moral de las tropas ocupantes se elevó varios enteros después del desánimo que causó que los iraquís recibieran a las tropas libertadoras no con ramas de olivo, como se esperaba, sino a balazos. La responsable de esta inyección de moral fue la soldado Jessica Lynch, de 19 años, capturada por Irak durante 10 días y rescatada por las fuerzas especiales de un hospital en Nasiriya, con las dos piernas y un brazo rotos, y varias heridas de bala.