Se despierta a las cinco de la mañana, desayuna y se va a trabajar hasta las dos de la tarde; come, descansa un poco y a primera hora de la tarde se reúne con compañeros que comparten sus mismos ideales, para terminar tomando unos pinchos y volver a casa. Esta actividad diaria que puede parecer normal, no lo es en el caso de Mariano García, que hace todas estas cosas pero... con escolta. Mariano García es natural de Alcántara (Cáceres), pero desde hace más de 18 años es concejal socialista en el Ayuntamiento de Alsasua (Navarra), donde desempeña su función junto a dos extremeños más, también ediles del PSOE, Julia Cid y Juan Miguel Pérez, a los que les une la desgracia de estar amenazados por los terroristas.

Ellos tres, no son uno más de los 85.000 extremeños que viven en la actualidad en el País Vasco y Navarra. Han echado raíces allí y quieren ayudar a erradicar a los grupos violentos y al terrorismo, aunque saben que les puede costar la vida. En una conversación mantenida con este extremeño que lleva 40 años residiendo en Alsasua, sorprende la tranquilidad con la que llega a describir su situación: "Que te pinten en el coche la palabra fascista es circunstancial, porque yo he tenido pintadas, amenazas, dianas, un poquito de todo, menos atentados, que espero que no los tenga nunca". Pero también llama la atención la respuesta que le dio uno de sus hijos al respecto: "Si algún día paso algo, a tomar el testigo y punto".

Estos argumentos ponen bien a las claras el momento por el que pasan éstos y otros ciudadanos extremeños que conviven vigilados por los violentos que no permiten manifestaciones distintas a las suyas, un aspecto que se nota aún más en la localidad donde reside, de apenas siete mil habitantes, y donde gobierna el nacionalismo vasco, pese a que el PSOE fue la lista más votada en las últimas elecciones.

Mariano García emigró muy pronto. Apenas tenía dos años cuando sus padres se marcharon a Navarra, desde donde vuelve a su tierra cada vez que puede "porque me encanta Extremadura y cuando me jubile no tendré problemas para estar allí uno o dos meses al año", en una casa que sus familiares tienen en la localidad cacereña de Castañar de Ibor.

SITUACION CADA VEZ PEOR

Recuerda con resignación como los primeros años en los que empezó en política, siempre bajo las siglas socialistas, se desarrollaron con cierta normalidad, pero "la la situación se ha ido recrudeciendo y en estos cuatro últimos años llevamos una racha de impresión, muy mala. Las amenazas son contínuas y cada vez más graves", hasta tal punto que hace dos años le asignaron escolta. Hace poco más de un mes, vio desde su casa como un encapuchado le pintaba su coche tachándole de fascista. "Son habituales las pintadas en las paredes insultando al partido a a tí si te descuidas un poco, pero lo del coche ya es otro paso más avanzado", comenta.

El hecho de llevar escolta le da un margen de tranquilidad, según dice, pero sólo un margen, porque "el miedo va por dentro" y le lleva a desmoronarse por momentos, "pero no se le puede ceder terreno a esta gente porque nos van a pisar no sólo en el País Vasco y Navarra, esto se expande y no merece la pena dejarles, aunque nos cueste, y yo tengo claro por qué estoy aquí, la sociedad la tenemos que cambiar la gente que la componemos aquí, en Extremadura y en cualquier lado".

Bajo esta premisa clara recibe el apoyo de muchos, asegura, entre ellos el de sus compañeros extremeños en el ayuntamiento, con más de quince años de residencia en Alsasua --uno de ellos, Juan Miguel Pérez, es también natural de Alcántara--, y el de su mujer, militante de Unión del Pueblo Navarro (UPN), algo que no empaña su relación matrimonial, porque son cosas de la democracia y está bien, señala.

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