"El Ejército ha hecho sus audiciones y ha elegido a los actores del drama de la guerra que está produciendo. Es como hacer el casting para tu espacio de reality-tv ". Robert J. Thompson, profesor de medios y cultura popular en Syracuse, no es el único en comparar la incrustación de periodistas en las tropas con el realismo que domina en televisión. Y, como ante los grandes hermanos y supervivientes , no es el único crítico.

La idea de Victoria Clarke, portavoz del Pentágono, de permitir a los periodistas viajar con sus tropas convenció a Donald Rumsfeld, que vio en la incrustación la forma de luchar contra las acusaciones de falta de transparencia, especialmente desde la primera guerra del Golfo. Ahora, el propio secretario de Defensa ha recordado que las informaciones que dan los más de 500 periodistas que acompañan a las tropas "son sólo un trozo" del pastel.

PRIMER ´DESINCRUSTADO´

En él, además, el Pentágono es cocinero y camarero. Que se lo pregunten a Philip Smucker, un periodista del Christian Science Monitor al que las tropas de la Primera División de Marina llevaron hasta la frontera de Kuwait. En entrevistas con la CNN y con la radio pública de EEUU, Smucker supuestamente dio demasiados detalles sobre la posición de su división que no entraban en el menú del Pentágono. Y es que acompañar a las tropas obliga a comprometerse a no dar según qué información: desde el nombre de muertos hasta 72 horas después o datos de operaciones.

Las propias televisiones de EEUU también llenan su parrilla de informaciones en directo, de las que está ausente toda violencia. La guerra de los incrustados no tiene sangre. O no se ve. Sí hay víctimas. "Los familiares no podemos dejar la televisión. Con cada tanque, alguien piensa si ese soldado que se ve es su hijo", protestaba en la NBC Nancy Chamberlain. El suyo acababa de morir en Kuwait. El presentador se tuvo que callar.