«Lo que pasa en casa se queda en casa». Esa creencia convive en la mayoría de los hogares del país y condiciona en gran medida que sea tan difícil que el maltrato salga a la luz. Nazaret Martínez es psicóloga especialista en violencia filioparental y presta su servicio a la asociación Meridianos apunta que «la familia ha sido tradicionalmente considerada un espacio reservado e íntimo» como justificación al escaso conocimiento sobre este tipo de malos tratos.

El colectivo relaciona la violencia filioparental «con el deseo de causar daño o sufrimiento en sus progenitores, de forma reiterada, a lo largo del tiempo, y con el fin inmediato de obtener poder y dominio para conseguir lo que desea». Martínez incide en «el menor es consciente de lo que hace, pero no dispone de herramientas para cambiar la situación, detrás de todo acto violento hay una falta de capacidad de resolver las cosas de otra manera», secunda.

Uno de los factores que complica a la denuncia, apunta Martínez, es que ese comportamiento anómalo no trasciende al hogar. De hecho, en el resto de ámbitos funcionan de una manera normalizada y no suelen tener antecedentes ni más delitos. «El punto de inflexión suele llegar cuando el menor la lía en un evento familiar o social», destaca. En cualquier caso, para los padres no deja de ser un paso doblemente traumático. «Es muy difícil dar el paso, sienten sensaciones contradictorias, quieren atajar la situación y sienten que están traicionando a sus hijos, se sienten culpables por no poder controlar la situación en su casa», apostilla.

En su experiencia, la recomendación para los padres es la educación. «Quizá antes la autoridad estaba más marcada y desde hace años el estilo parental es excesivamente permisivo», asevera. En esa misma línea anota que los padres legan a sus hijos «un grado muy elevado de autonomía y responsabilidad inadecuado para su edad». «Los chavales no pueden manejar la capacidad de decisión que manejan, un niño de 3 años no puede tener la capacidad de decisión de un adulto de 40», afirma. En ese sentido, aboga por un «estilo democrático ajustado», es decir, adecuado en todo momento al «margen de poder de decisión determinado su edad».

La psicóloga especialista puntualiza que «estas conductas no suceden de la noche a la mañana». Sostiene también que «los límites no hacen a los niños infelices», insiste en modular «normas para generar un equilibrio y una estabilidad emocional en el pequeño».